La estilográfica, la recargable, con su tinta y sus cuidados, venía a ser como una terminal del brazo, la mano y, claro, del cerebro. Sobre todo. Un plumín escanciando letras, frases, ideas, pensamientos y órdenes. O recetas. Un algo de torrente sanguíneo, pulsátil y primitivo. Antiguo. Escribir con una estilográfica es una actividad pausada, lenta, como de otro tiempo, una reivindicación ante el bolígrafo, el ordinario rotulador de Trump, el primate azafranado, o la tiránica dictadura de teclas y pantallas. Curiosamente, solo el lápiz de toda la vida mantiene su distinción humanística. Y objetual.

Las plumas se acarician como los flamencos las guitarras. El cuidado de una pluma no es un asunto baladí. Es un modesto pero reconfortante ritual. Como el cargar una pipa o podar un bonsái. Desenroscamos el émbolo y lo sumergimos en el frasco de tinta, color a elegir, giramos en sentido contrario dejando un poco de espacio de aire; una vez cargada, limpiamos el plumín con un pañuelo o un papel suave. Y listo para expresarnos, sin prisas, eso sí.
Escribir con pluma es una actividad pausada, una reivindicación ante el ordinario rotulador de Trump
Todo el mundo tiene en algún rincón una pluma que fue. Un recuerdo analógico. Con las estilográficas hay que tener mucho cuidado con las manchas involuntarias que, algunas, guardan parecido con el test de Rorschach y luego se sabe todo… También las golondrinas dejan en el cielo gritos de tinta negra. Y ese sonido a intimidad cuando la plumilla rasga el papel, zit, zit, para plasmar lo que se le ocurre al propietario. Lo que sea siempre parecerá más digno que una firma digital.
Ya nadie escribe con pluma, ni a mano, ni sobre papel. Los peritos grafólogos ante tanta ausencia de caligrafías andan en horas bajas, a no ser que, con las estilográficas, ocurra como en el mundo del disco en el que el vinilo está de revival. Veremos.
“No he escrit mai sense mullar la ploma al cor”, se autobiografió Salvat-Papasseit. Sería interesante saber si el cambio de herramienta ha condicionado, y de qué modo, a novelistas, periodistas y escritores en general. Hablando con alguno de ellos, la conclusión es que usan variadas opciones: a mano, en ordenador, a máquina… o todo a la vez, según… El parentesco de la estilográfica con la Underwood, además de temporal, es cinematográfico. En el viejo cine de Hollywood eran imágenes, secuencias retóricas, los primeros planos de ambos objetos. Underwood y Montblanc. Ya saben: redacciones, comisarías, historias de detectives y oficinas, tramas complejas, ambientes de intriga y humo… recursos narrativos que han sido sustituidos por las pantallas y los móviles. Vivir para ver. O mirar. O escribir.