He estado durmiendo entre nueve y diez horas seguidas”, escribe una escritora que me gusta en su newsletter . Y, a pesar de que ahí cuenta muchas más cosas que no tienen nada que ver con su régimen de sueño, es el único dato que retengo y casi me lo tomo como algo personal, como una provocación, porque un adulto que duerme diez horas seguidas por sistema me parece una cosa que roza la obscenidad. La actriz Dakota Johnson dijo el año pasado que era capaz de dormir 14 horas y sus declaraciones también se percibieron así, como el flex definitivo de la persona que lo tiene todo. No me enseñes tu mansión en un vídeo para AD, dime cuántas horas de sueño tienen tus noches y entenderé el alcance de tu privilegio.

Si las redes están saturadas de personas que cuelgan videodiarios de sus hábitos espartanos y presumen de despertarse a las cuatro de la madrugada para ponerse a hacer dominadas y meter la cara en un barreño de hielo, tiene todo el sentido que una actriz que es nepobaby y neponieta –es curioso cómo Johnson desprende esa especie de levedad cara en todo lo que hace, como si nada le importara mucho y estuviera hecha de cachemira– haga todo lo contrario.
Dormir es más o menos gratis, lo sé, y la gente que me rodea que, sin ser neponada, se marca maratones de sueño de más de nueve horas me genera la misma mezcla de envidia y estupefacción. “Échate una siesta”, “descansa un rato”, te dicen con su mejor intención los biendurmientes, sin darse cuenta de que es como si invitaran a una persona coja a echarse una carrerita, que le sentará genial.
Nosotros, los maldurmientes, tendemos a lo amargado. Va con la condición. Pero también somos gente agradecida que sabe apreciar el valor de cada minuto de sueño. En verano, lo nuestro se vuelve mainstream. Se habla de las noches en blanco en los boletines de la radio, de termómetros en llamas y de sábanas pegajosas. Diría que los habituales hasta le encontramos la gracia al insomnio de verano. Somos como la gente que vive todo el año en un pueblo de mar y un día ve llegar a los turistas. De pronto son las seis y ya se oyen pájaros, y no hace falta ponerse a hacer sentadillas como un tiktoker enajenado, pero está la promesa del primer café con hielo y de un día que será más largo que una noche de Dakota Johnson.