La ayuda al desarrollo y la indiferencia

Sevilla acoge hasta mañana la IV Conferencia Internacional para la Financiación del Desarrollo bajo los auspicios de la ONU. El momento es oportuno por crítico. Muy crítico. Desde el comienzo de su segundo mandato y a modo de declaración de intenciones, Donald Trump ha cortado radicalmente los programas de la Agencia de Estados Unidos para la Ayuda Exterior (Usaid), que destinaban alrededor de 40.000 millones de dólares, la mitad de todo lo que el país asigna en ayuda internacional. Según el secretario de Estado, Marco Rubio, los fondos federales a Usaid han sido recortados ya en un 83%. Y lo ha dicho como un logro, al que contribuyó decisivamente Elon Musk en su breve paso por la Administración.

Esta asistencia, centrada en medicina y lucha contra el hambre, ha dejado un vacío inmenso, imposible de paliar –de haber donantes– en cuestión de días. Ayer, coincidiendo con la reunión de Sevilla, The Lancet publicó un informe coordinado por ISGlobal de Barcelona que estima que si se mantiene el recorte de la Usaid –y nada hace pensar lo contrario mientras dure el mandato de Trump– nada menos que 14 millones de personas en el mundo perderán la vida de aquí al 2030. El mismo informe resalta que gracias a los programas de Usaid unos 90 millones de seres humanos salvaron la vida entre el 2001 y el 2021, un hecho menos apreciado por el resto del mundo que los efectos devastadores que hoy provocan los recortes. No siempre la comunidad internacional ha sabido valorar y agradecer en su justa medida la generosidad de EE.UU., actitud que ha influido en el surgimiento de una corriente de opinión aislacionista en ese país, decisiva para comprender la elección de Donald Trump.

Sean cuales sean las razones, el colapso de la asistencia exterior que brindaba Usaid desde su fundación a principios de los años sesenta deja una papeleta dramática al conjunto de la humanidad y especialmente a sus instituciones multilaterales. Más allá de denunciar la irresponsable retirada dictada por la Casa Blanca y el parón de una red que operaba en 60 países, ¿qué alternativas ofrece la comunidad internacional, bajo el paraguas de las Naciones Unidas? Como es obvio, los destinatarios de una asistencia que se esfuma no pueden esperar tranquilamente. A miles de ellos les va su vida y la de sus hijos. Ante esta evidencia, la reacción de muchos países occidentales ha sido la contraria de la deseable. Con la coartada que ofrece Washington, varios estados han recortado sus fondos al desarrollo. La ONU estima que este 2025 dicha ayuda estará un 20% por debajo respecto al año anterior.

El mérito de la cita internacional de Sevilla es combatir la indiferencia y los recortes al desarrollo

En esta situación cargada de ramificaciones geoestratégicas, la conferencia de Sevilla es un intento de rebelión ante el fatalismo de dicha coyuntura. La tentación, acaso por desidia, es dejar pasar los días y limitarse a un encogimiento de hombros o a señalar con el dedo no tanto el problema como a la figura de Trump.

En momentos tan adversos y conflictivos, hay que reconocer al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sus esfuerzos por agitar la financiación del desarrollo. Con ello, España alerta de que enterrar el multilateralismo, renunciar al derecho humanitario y a la cooperación solo puede conducir a la inacción y a un fracaso cuyas consecuencias serán graves. No es descabellado aventurar que el abandono a su suerte de muchas zonas de África y Asia tendrá consecuencias en el medio ambiente y los flujos migratorios.

A la espera de los acuerdos de esta cita en Sevilla –marcada, desgraciadamente, por la ausencia de Estados Unidos–, el gran mérito del debate radica en la obstinación por no arrojar la toalla y mejorar y crear nuevas fórmulas que hagan más eficaz la asistencia vigente y permitan, desde el punto de vista financiero, estimular el desarrollo económico, para lo que resultan indispensables organismos como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea. Lo que en su discurso en Sevilla el presidente español definió como “la responsabilidad compartida”.

Si Usaid salvó 90 millones de vidas este siglo, su falta ahora puede causar 14 millones de muertes

No es fácil ser optimista porque, en cierta manera, Usaid procuraba una suerte de seguro de vida y, al mismo tiempo, un ir tirando resignado. Es la hora y el momento de articular alternativas a la retirada estadounidense, de extraer un mejor rendimiento de los fondos vigentes –algo así como hacer de la necesidad, virtud– y de combatir la tentación de que otros países desarrollados sigan las huellas de Trump. De lo contrario, la miseria será un bumerán contra los países ricos.

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