La boda de Bezos en Venecia ha causado malestar no solo en los venecianos, sino en EE.UU. (y a cualquier europeo sensible a su mal gusto de nouveau riche, pero ese sería otro artículo). Entre los críticos figura el candidato demócrata a la alcaldía de Nueva York, Zohran Mamdani, quien sostiene, junto al senador Bernie Sanders, que los milmillonarios no deberían existir. Son un fallo de las democracias y agencias tributarias que, si fueran eficientes, impedirían la bochornosa acumulación de riqueza de los 245.000 millones de Bezos.

Sin embargo, la reforma fiscal sueca explicada por el fiscalista Waldenström (La Contra, 26/III/2025) está replanteando mantras sobre los que la socialdemocracia sueca edificó en los años 70 y 80 la fiscalidad más agresiva de Europa. Hoy, en cambio, los gobiernos quieren evitar que los impuestos excesivos expulsen a los grandes emprendedores, como el creador de Ikea en su país, y citó también al de Inditex en España, pues aun siendo millonarios siguen creando y repartiendo prosperidad.
Debemos lograr que los milmillonarios paguen más impuestos para mejorar el Estado de bienestar de todos
Tratan de encontrar el nivel de impuestos que mantenga el Estado de bienestar sin disuadir a los emprendedores de serlo y a los profesionales de trabajar más. David Rockefeller también nos contó (13/VI/2004) que llegó a pagar un 70% de impuestos al estado de Nueva York... Y siguió trabajando y siendo billonario.
De hecho, las críticas a los milmillonarios arrancan de dos graves errores de concepto: la economía no es una suma cero. No porque Amancio Ortega sea más rico seremos los demás más pobres, sino al contrario, su empresa nos genera empleo y mejores precios. Por eso, países con ultrarricos, como Dinamarca y Suecia, tienen grandes clases medias que se benefician de su impulso. Y el Nobel Nordhaus ha demostrado que esos milmillonarios apenas retienen un 1% del total de riqueza que generan. El resto se reparte en el mercado.
El otro error antiultrarricos es creer que la felicidad que da el dinero es proporcional al que inviertes en lograrla, cuando a partir de cierta cantidad (el Nobel Deaton habla de tres millones de dólares), aunque gastes mucho más en tu casa, coche o palos de golf, el incremento de bienestar que te proporcionan es cada vez menor. Es una función de beneficio marginal decreciente. Rockefeller ironizaba que podía tener diez coches, pero no diez culos. Así que el resto de su dinero lo dedicaba, como Warren Buffett, a ganar más dinero, igual que muchos milmillonarios europeos. Por eso, debemos lograr que paguen más impuestos para mejorar el Estado de bienestar de todos. Pero sobrar, no nos sobran ricos y menos su creatividad y esfuerzo.