Retrofuturismo

Cuando tenía trece o catorce años, me aprendía de memoria las letras de las canciones de los Beatles, que venían impresas en la contraportada del propio álbum. Entre mis favoritas estaba When I’m sixty-four, que hacía una previsión de la vida a los sesenta y cuatro años, edad que entonces me parecía sencillamente inconcebible. Pequeñas chapuzas domésticas, paseítos dominicales, un jardín en el que combatir las malas hierbas, unos simpáticos nietecitos llamados Vera, Chuck y Dave…: Who could ask for more?, ¿quién podría pedir más?

Ahora que he alcanzado la provecta edad de la canción puedo certificar que, al menos en mi caso, Lennon y McCartney no acertaron ni una: no valgo para el bricolaje, me aburre pasear por pasear, detesto la jardinería y no tengo nietos. El futuro nunca acaba siendo como lo imaginábamos.

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 Una imagen de '2001: una odisea del espacio' 

Getty

Viajemos ahora en el tiempo y veamos qué predicciones podían hacerse en el pasado, digamos en el verano de 1975, mientras yo con catorce años memorizaba letras de canciones. Solo una cosa era segura: que Franco estaba a punto de irse al otro barrio, lo que abriría la puerta a grandes cambios en la política española. A partir de ahí, ¿quién era el guapo que podía arriesgarse a predecir nada? Que, apenas diez años después, España fuera una democracia plena y formara parte de la CEE es algo que ahora nos parece inexorable, pero que no lo era en absoluto.

Había demasiados factores en juego y todo habría sido muy distinto si, por ejemplo, hubiera triunfado el golpe de Estado de 1981, que nos habría devuelto a una dictadura militar, como la de Chile o Argentina de aquellos años. Las cosas no pasan porque tengan que pasar; las cosas pasan porque pasan, pero podrían haber pasado otras distintas.

Suponiendo que algún futurólogo hubiera acertado con sus vaticinios, ¿habría sido también capaz de predecir la caída del muro de Berlín y el consiguiente final de la guerra fría, o la desintegración de Yugoslavia, o el surgimiento de la computación personal y la revolución de las comunicaciones, o la irrupción de China como gran potencia, o el nacimiento de un nuevo terrorismo global, o la imparable aceleración del calentamiento del planeta?

Los Beatles preveían la vida a los 64 años: paseos, un poco de jardinería y el cuidado de los nietos

Si, como en Good bye, Lenin!, alguien recuperara ahora la consciencia tras cincuenta años en coma, se llevaría un buen sobresalto: ¿por qué todo el mundo camina pendiente de una pantallita?, ¿y por qué se meten un pitorrillo en el oído y van por la calle hablando solos?, ¿y por qué en el metro o el autobús ya nadie lee libros…? Parafraseando a Alfonso Guerra, este mundo no lo reconocería ni la madre que lo parió.

Se llama retrofuturismo a una variedad de la ciencia ficción que representa universos futuros como fueron concebidos en el pasado: predicciones erróneas, por tanto. Si hiciéramos un poco de retrofuturismo, a estas alturas del siglo XXI nos correspondería vivir en un mundo como el que imaginó Stanley Kubrick en 2001: una odisea del espacio, un mundo con monolitos de origen extraterrestre, gigantescas estaciones espaciales, trajes de astronauta presurizados…

Si entre 1969 y 1972 hubo doce hombres que, en seis misiones diferentes, caminaron por la superficie lunar, ¿por qué no creer que ahora, cinco décadas después, ampliamente superado el simbólico 2001 de Kubrick, estaríamos en condiciones de viajar en transbordadores espaciales con la misma naturalidad con que lo hacemos en el AVE y hasta tendríamos segundas viviendas en alguna colonia estival de algún remoto rincón de la galaxia?

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De esos doce hombres que pisaron la Luna quedan vivos cuatro, todos nonagenarios. Puede que ninguno siga vivo cuando otro astronauta, quién sabe si esta vez norteamericano o chino, vuelva a poner el pie en el satélite, lo que está previsto para dentro de unos cinco años. Esa es la realidad: hace cincuenta años creíamos que todos podríamos pasear por la Luna y ahora sabemos que, dentro de poco, tal vez no haya nadie en el mundo que lo haya hecho.

O sea que al final Lennon y McCartney no andaban tan desencaminados cuando imaginaron un futuro en el que los sexagenarios del siglo XXI seguían haciendo lo que los sexagenarios de toda la vida: los arreglillos domésticos, los paseos, un poquito de jardinería, el cuidado de los nietos, ¿quién podría pedir más?

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