Pedro Sánchez nos ha dado, sin quererlo, una gran lección: no hay que buscar jamás el apoyo, la ayuda, la complicidad, el respaldo ni la simple comprensión de los separatistas catalanes, vascos, navarros y gallegos, para una acción política de interés general español, porque estos separatistas siempre exigirán el pago de un precio exorbitante en traspaso de competencias del Estado o de transferencia de recursos en régimen de singularidad.
Alberto Nuñez Feijjóo, el miércoles en el Congreso
A muchos de estos separatistas, el motor que les impulsa es la desafección a España como nación, al Estado que la articula jurídicamente, a la lengua y la cultura españolas… y a los españoles; mientras que, a otros, les mueve la voluntad de expulsar a España de su comunidad, para que su pertenencia a una futura confederación no exceda de un vínculo estrictamente formal que les sea útil, por ejemplo, para seguir en la UE.
Señor Feijóo, no hay que buscar nunca el apoyo de los separatistas si no quiere pagarlo muy caro
No exagero un ápice. Pongo un ejemplo. Hace poco, Zapatero pidió a Junts, en Suiza, impulsar la Ley Bolaños (de reforma del acceso a las carreras judicial y fiscal), y Puigdemont exigió a cambio un Consell de Justícia de Catalunya, que asuma las competencias del Consejo General del Poder Judicial, con atribuciones, entre otras, para designar el presidente del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya, sus presidentes de sala y los presidentes de las audiencias provinciales, nombrar y cesar a los jueces y magistrados temporales, y ejercer la función disciplinaria.
Esta o parecidas exigencias me evocan un episodio lejano. Año 1971; acabo de ingresar en notarías por Valdegovía (Álava). Pronto congenio con el liquidador de los impuestos de transmisiones y sucesiones del distrito de Amurrio, un funcionario de la Diputación Foral de Álava, de vieja estirpe carlista. Y un día, hablando de ETA, me dijo: “¡Desengáñate, Juanjo!, un Estado solo tiene tres funciones esenciales: mantener el orden público, administrar justicia y cobrar los impuestos”.
No lo he olvidado. Y por eso pienso que, si la Generalitat de Catalunya, que ya cuida con los Mossos del orden público, llegase a recaudar todos los impuestos, gracias a un régimen singular en ciernes, y asumiese luego la administración de justicia, sería de hecho y en lo esencial como un Estado, y España no pintaría nada en Catalunya.
Si esto se consuma porque el PSOE accede a todo ello abducido por el PSC, los españoles que queramos seguir siéndolo deberíamos decir que “para este viaje no hacen falta alforjas”. O, dicho de otro modo, como escribí en España desde una esquina el año 2008, “a España le interesa más una Catalunya independiente, que una Catalunya ligada a ella por una relación bilateral”, en la que las competencias esenciales del Estado hayan sido traspasadas al Gobierno catalán. Los separatistas van a lo suyo y España les importa una higa.
¿Por qué escribo esto? Para pedirle al señor Feijóo que aprenda y aproveche la lección que, sin quererlo, le brinda Pedro Sánchez: que no hay que buscar nunca el apoyo de los separatistas, si no quieres pagarlo muy caro. Por tanto, ¿qué es eso de buscar entre ellos los cuatro votos que le faltan para que prospere una moción de censura? Los votos hay que buscarlos, en su caso, entre los muchos socialistas que son patriotas. Insisto: solo se puede hablar con los separatistas cuando sean ellos los que se acerquen para decir o pedir algo, más esto que aquello. Buscarlos nosotros, los españoles, cuando ellos nos repudian y zahieren de continuo, de ninguna manera. Porque está escrito: si yo no me respeto, ¿quién me respetará?
Piénselo, señor Feijóo. Hay momentos cruciales en la historia de las naciones, en que se trata de ser o no ser. El tiempo presente es para nosotros, los españoles, de esta clase: está en juego la continuidad de España como entidad histórica y como proyecto político. Y, en esta tesitura, no valen los remiendos, las medias tintas ni las cucamonas. Hay que defender lo propio con tanta firmeza como prudencia y buen estilo. Firmeza, prudencia y buen estilo para decir que no cuando se tercie, así como para partir peras cuando sea inevitable.
