El veraneo ya no abarca de San Juan a la Mercè, pero aún hay quien lo adapta a vacaciones escolares de más de dos meses. Este periodo es el de máximo esplendor de las segundas residencias y justifica anuncios como el de una conocida marca de cerveza que asocia su producto estrella con el adjetivo mismo . La idea es clara y eficaz: encajar esa cerveza en la rutina de un verano en el mismo lugar de siempre, con la misma gente y haciendo las mismas cosas. En este contexto ensimismado reina la segunda residencia.

Los propietarios de chalets, pisos o apartamentos destinados al ocio hacen un uso variable de ellos, desde quienes van cada fin de semana hasta quienes solo practican esta modalidad discontinua de sedentarismo durante puentes y vacaciones. Cada fin de semana estos sedentarios discontinuos se encuentran en la carretera. En el caso de muchos barceloneses, o bien en la AP-7 o bien por la C-16 cruzando el túnel del Cadí.
Tener una segunda residencia implica mantener dos neveras, limpiar dos pares de váteres y agendar fontaneros de dos localidades distintas. Debe de ser muy gratificante, pero supone gastar a manos llenas. Hago, vía IA, un cálculo aproximado de los costes anuales de dos residencias típicas de muchos barceloneses: un chalet en la Cerdanya y un apartamento en la Costa Brava. Pido que incluya impuestos, gastos energéticos, mantenimiento y 40 desplazamientos al año, que calcule el valor medio de cada vivienda a precio de mercado y que añada una hipotética hipoteca por el 80% del coste al 3% a 30 años. Para calcular el chalet explora Puigcerdà, Alp o Bellver, y para el apartamento Begur, Roses o Tossa de Mar. El chalet sale a 15.000 euros anuales, a los que se podrían añadir 20.000 más por la hipotética hipoteca. El apartamento, a 10.000 euros anuales, a los que se podrían añadir 8.000 más de hipoteca.
El modelo parece pensado para llevar una doble vida ocio/negocio en dos escenarios distintos. Aparte de que se me ocurren mil maneras más interesantes de gastar ese dineral, la fiebre por tener segunda residencia es una dolorosa paradoja cuando el acceso a la primera es cada vez más complicado para la gente joven.