El supercolumnista justiciero

“Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” es un adagio que data al menos del siglo I antes de Cristo, pero que popularizaron los superhéroes de la Marvel en la cultura pop. Y pienso en ello en ocasiones, cuando siento la tentación de utilizar el privilegio de disponer de esta tribuna pública para dirimir cuestiones personales. Así, blandiendo la capa de justiciero, fantaseo con que voy a escribir sobre el malvado quiosquero desconocido que pasa fraudulentamente mi número de suscriptor de este diario y me impide recogerlo abajo de mi casa cuando me despisto y llego un poco tarde­.

Marcha lenta de los taxistas en las Rodes de Barcelona para provocar un colapso en la ciudad i protestar contra los precios de los VTC.. Barcelona, 29 de Enero de 2025

  

Pau Venteo / Shooting

O pienso que se van a enterar los del servicio de restauración del Grec por hacerme ir con el vale de mi bikini trufado de un puesto a otro de los jardines de Montjuïc y al final decirme que no les quedaban (y encima que, si quería devolución de mi dinero, debía hacer una cola kilométrica en el puesto original, justo el más lejano a donde me encontraba).

También hago temblar, en mis ensoñaciones, a las grandes corporaciones: explicando, por ejemplo, cómo mi nueva compañía telefónica (británica), al hacer la portabilidad, me perdió el número, como si fueran unas llaves, y me dejó incomunicado del mundo conocido, y que la anterior (francesa) me siguió cobrando el internet que ya no usaba durante meses.

–¿De qué vas a escribir este domingo? –oigo, al otro lado del pasillo

Mi reporterismo de denuncia imaginario no se arredra ni ante los bajos fondos locales: me imagino narrando mis diálogos con algunos turbios taxistas en la Vila Olímpica, que de madrugada solo aceptan subirte si les pagas una tarifa fija cuatro veces superior a la que marcaría el taxímetro (¿dónde están las patrullas urbanas contra esta gente?).

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Por no hablar de aquel restaurante que me cobra las olivas que no he pedido, del banco que me obliga a ir presencialmente a hacer una gestión porque no funciona ese apartado en su app y luego me la cobra, de aquel teatro convertido en sauna por la ausencia de aire acondicionado, o de la tintorería que me ha estropeado para siempre el traje... Abruman las infinitas posibilidades de convertir estas humildes líneas en un ajuste de cuentas. Y seguro que miles de lectores, víctimas de semejantes tropelías, se identificarían conmigo.

–¿De qué vas a escribir este domingo? –oigo, al otro lado del pasillo.

Y, no sé qué pasa pero, al final, acabo hablando del cambio climático, la física cuántica o me meto con Trump (esto último tiene a mi madre preocupada).

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