Hace unos días Javier Godó nombró presidente ejecutivo del Grupo Godó a su hijo Carlos. La Vanguardia publicó cuatro textos, dos de los presidentes –entrante y saliente–; uno de Màrius Carol, exdirector de La Vanguardia, y otro de Jordi Juan, el actual director. Fue conmovedor y alentador comprobar cómo, con distintas palabras, defendían el compromiso de este periódico con la verdad y el rigor.
Tal vez le resulte exagerado que me impresionara algo tan básico como la defensa de la verdad. Sin embargo, lo cierto es que la veracidad no está de moda, ni por parte de la ultraderecha –algo habitual– ni por parte de la izquierda posmoderna.

La ultraderecha tiende a desacreditar los medios de comunicación, la ciencia o las instituciones independientes cuando la información divulgada no encaja con su relato, e impone una “verdad alternativa”. Difunde bulos, teorías conspirativas y desinformación de forma masiva para moldear la opinión pública, explotar el miedo y reforzar sus posiciones. Por poner un ejemplo, Abascal ha relacionado la llegada masiva de inmigrantes con agresiones sexuales. Es decir, con la ultraderecha la verdad brilla por su ausencia.
Con la ultraderecha la verdad brilla por su ausencia
¿Y en la izquierda? Determinados sectores de la izquierda, influenciados por el pensamiento posmoderno, se han apartado de los postulados de la Ilustración y han difuminado tanto la verdad que ya no se reconoce.
La posmodernidad rechaza la existencia de verdades universales –ni siquiera los derechos humanos le parecen aceptables–. Los posmodernos creen que cada individuo posee su propia verdad y que todo conocimiento es relativo. Así, por ejemplo, ¿cómo vamos a exigir que se acabe con los matrimonios forzados si pertenecen a una cultura que no es la nuestra? En este marco, las emociones adquieren un papel central, son una fuente legítima de conocimiento, y se desconfía de la razón o de la evidencia empírica. Otro ejemplo, hay personas que están contra las vacunas, una injerencia del poder, y además ¿quién ha dicho que sirvan para algo? Ya ve, no se exige comprobar una afirmación, sino solo sentirla. Por otro lado, la identidad sentida –la esencia de lo que alguien dice ser– se sitúa por encima de la realidad material. La clase social, el sexo biológico o las condiciones económicas pierden centralidad frente a lo emocional, lo simbólico o lo autorreferencial.
Si quiere sustraerse al populismo y a la posverdad, le recomiendo el libro de José Antonio Marina La vacuna contra la insensatez , para poder orientarse en la bruma.