Por razones que no vienen al caso, cuando tenía entre ocho y nueve años, pasé largos meses en Barcelona, solo, en una pensión de la plaza Lesseps. No era propiamente una pensión, sino el piso de una viuda que ejercía las funciones de portera del edificio y redondeaba sus míseros ingresos hospedando a un niño en una habitación. La señora Mercè vivía con su hijo, un joven enjuto, de largo flequillo y bigotín recortado. Durante la semana, apenas coincidíamos porque él trabajaba de viajante (lo que hoy se llama comercial) y estaba siempre fuera de casa. Aunque recuerdo perfectamente el rapapolvo que me echó el día que me escapé de la pensión para ir a ver cómo los niños más envidiados del barrio de Gràcia hacían navegar sus pequeños barcos de vela y madera en el estanque del parque de Lesseps. Acababan de inaugurarlo y no pude resistir la tentación.

Los domingos sí nos veíamos, porque ni yo iba a la escuela ni él a trabajar. Se levantaba tarde y se afeitaba dejando la puerta del baño abierta con la radio a toda mecha. Llevaba un pantalón de tergal y una camiseta imperio. Mientras pasaba la navaja por la mejilla jabonada, canturreaba las canciones de la radio. Recuerdo sobre todo Pretty little baby, que me encantaba por su alegría. Limpiaba de mi corazón la añoranza que me agarrotaba, sobre todo en los días festivos con sus inevitables y larguísimas horas de soledad en la pensión. Era una canción de estilo doo-wop, que entonces en España, 1962, se asociaba a la música yeyé. En versión castellana, decía: “Linda muchachita,/ estás pensando siempre en su cariño / y eso le gusta / tanto como a un niño, jugar en un jardín”.
No es solo la extrema derecha: es la incapacidad de la cultura actual de suscitar alegría y esperanza
Carrriño, decía la cantante, y esas erres largas y fuertes me hacían sonreír. Era conocida por el nombre artístico de Connie Francis, aunque en realidad se llamaba Concetta (eso es: Conchita) Franconero y era de origen italiano. Se había criado en un barrio ítalo-judío de Nueva Jersey y aprendió a hablar yiddish con fluidez, lo que le llevó más tarde a grabar canciones en yiddish y hebreo, además de castellano, italiano, francés, alemán y japonés. Fue una de las cantantes de mayor éxito en las décadas de los cincuenta y sesenta. He recordado esta canción y al hijo de la señora Mercè porque Connie Francis murió la semana pasada, a los 87 años. Buscándola por YouTube, he sabido que Pretty little baby, pese a provenir de la prehistoria del pop, ha gozado este año 2025 de un éxito formidable en TikTok y en Spotify.
Cuando le contaron a Connie Francis que la canción se había hecho viral, quedó perpleja. Entre las películas y los millones de copias que vendió en los años sesenta, no se acordaba ni de haberla grabado. Luego preguntó qué significaba viral. No sé si lograron hacerle entender que viral es sinónimo de éxito estelar, aunque etimológicamente proviene del latín virus, que significa poción venenosa. Desde que Pasteur descubrió los virus, todos sabemos que estos seres invisibles pueden propagar epidemias e incluso pandemias. También sabemos cómo se comporta una persona virulenta. Por eso es tan difícil entender que la palabra viral pueda hacer referencia a la rápida y masiva propagación exitosa de una canción.
Satisfecha del regreso al éxito en plena senectud, Connie Francis sentenció: “Es una canción bonita, con un toque de inocencia que ha podido conectar en estos tiempos caóticos”. Tenía razón: tiempos caóticos. El cambio pendular al que estamos asistiendo no corresponde tan solo a la fuerza de la extrema derecha. Tiene su origen en la incapacidad de la cultura actual de suscitar alegría y esperanza. Vivimos una época de malestar y antipatía generalizados, una época de desbarajuste. La alta cultura no hace sino dos cosas: o quejarse o deconstruir. La música popular ha abandonado incluso la melodía (los géneros de moda son recitaciones ripiosas apoyadas en una, dos, máximo tres notas musicales, repetidas obsesivamente). En este contexto de amargura, la simpatía y la alegría que destila Pretty little baby ha sido recibida por los jóvenes del TikTok como unos minutos de lluvia en plena asfixia veraniega.
Por supuesto, Connie Francis cantó canciones mucho más memorables. I will wait for you, por ejemplo, donde una chica dice que te esperará mil veranos. Pero hablar ahora de la espera sería empezar otro artículo…