Cuando Libération publicó aquella portada me encontraba en Lyon, en un encuentro del consorcio europeo de ciudades climáticamente neutras, en el que trabajaba. Era el 23 de octubre del 2024. En la imagen, a toda página, se veían dos fotografías enfrentadas de Giorgia Meloni y Pedro Sánchez. El titular decía: “Meloni quiere expulsar a los inmigrantes, Sánchez regularizarlos. ¿Y si España tiene razón?”. A raíz de esto varios colegas me expresaron su admiración por el Gobierno español. Por la política migratoria, por la apuesta decidida por la transición ecológica y por el talante feminista y abierto de nuestro país. Y también elogiaban nuestro gran desempeño económico: con un crecimiento del PIB superior al 3%, España triplica Italia, por citar un ejemplo. Además, según el Banco Central Europeo, un 80% del crecimiento se debe a la inmigración. Sin ella, no tendríamos mano de obra suficiente para sectores clave ni podríamos sostener las pensiones en un país con una de las tasas de natalidad más bajas de Europa.

Ante estos datos, ¿cómo es posible que partidos como Vox y el PP, o Aliança Catalana, crezcan a lomos de la criminalización de los inmigrantes? Lo hemos escrito muchas veces. Por un malestar social que no deja de crecer, provocado por el alto coste de la vida y el difícil acceso a la vivienda. Los datos macroeconómicos no se trasladan a los bolsillos de buena parte de la población. Y la derecha y extrema derecha se aprovechan, no para mejorar la vida de la gente, sino para azuzar el malestar. E incluso para sembrar el caos y provocar altercados. La misma táctica que usaron los nazis en la República de Weimar.
Derecha y extrema derecha usan la misma táctica que los nazis en la República de Weimar
Ante esta situación es necesario ir más allá de la persecución judicial de los autores materiales e ideológicos de los altercados xenófobos. El Gobierno tiene una gran oportunidad para superar el caso Cerdán, ignorando el griterío y poniendo la máquina gubernamental al 1.000%, dando una respuesta urgente al malestar social: subiendo el salario mínimo, abordando el fracaso escolar, impulsando un plan de barrios a escala nacional y, por encima de todo, garantizando el derecho a la vivienda.
De ello depende que sigamos siendo el país más admirado de Europa o que entreguemos el Gobierno a los que juegan, e incluso alimentan, el drama de Torre Pacheco.