Salvador Illa superó el pleno sobre la corrupción del PSOE sin despeinarse, pero lo más interesante de la sesión fue su acto de fe en la bondad de la política, algo que resultaría una extravagancia en el Congreso, donde cada pleno es un Vietnam. El presidente de la Generalitat subió al estrado para proclamar: “Creo en la bondad de la política, pero no voy con el lirio en la mano. Hay personas honestas y honradas que con el poder se corrompen”. Y afirmó a continuación que algunas manzanas podridas no pueden ocultar la gran labor que desempeñan los servidores públicos.

Se le atribuye a Oscar Wilde la frase “puedo resistirlo todo menos la tentación”, que podría ser una mala justificación cuando declaren los políticos a derecha e izquierda que han hecho un mal uso de su cargo, en beneficio propio. La tentación vive arriba fue una película de Billy Wilder cuyo título sirve para la política, porque arriba es donde se deciden las concesiones, que hacen dudar a los tipos de honestidad quebradiza, como le pasaba a Tom Ewell con Marilyn Monroe.
Illa hizo en el Parlament un acto de fe en la bondad de la política
El poder de la bondad es un gran activo en un escenario de individualismos y confrontación. Decir eso, en unos momentos en que los monstruos dominan la Tierra, puede parecer un ejercicio de mojigatería. Pero lo cierto es que hasta la Mostra de Venecia tiene como hilo conductor la monstruosidad, desde Frankenstein hasta Trump, de Mussolini a Putin, lo que es una manera de contraponerla a la bondad, a la tolerancia, a la magnanimidad. Albert Camus recomendaba practicar la bondad para dulcificar el terrible sabor de la justicia en un mundo injusto.
Nos pasamos los días hablando más que nunca de la honestidad de los políticos y olvidamos hablar de su bondad, un concepto que es indispensable para la regeneración democrática, que debería sustentarse en la regeneración moral. Marilyn Monroe, en La tentación vive arriba, exclama en el apartamento de Ewell: “Esto debe de ser música clásica. ¡Lo he adivinado porque no cantan!”. Igualmente, en los políticos, la bondad debería reconocerse en las actitudes, sin necesidad de escuchar los discursos.