En términos generales, nunca Occidente había disfrutado de un periodo tan largo de paz, con índices de bienestar tan elevados y los de pobreza tan bajos. Pero, paradójicamente, las encuestas reflejan unas cuotas de malestar y de enfado extremas que se plasman en un afianzamiento de las fuerzas de la derecha radical cada vez que se consulta a los electores. Poco a poco la fórmula del autoritarismo se impone al modelo de democracia liberal, motor de la transformación económica y social de las últimas ocho décadas. La alternancia de socialdemócratas y democristianos ha saltado por los aires y, como los niños malcriados y mimados, parece que nos estamos cansando de vivir bien. Poco a poco el péndulo político se está desplazando hacia territorios de infausto recuerdo donde rige el autoritarismo.

Protesta de ultraderechistas contra los derechos LGBTQ+ en Alemania
Los Estados Unidos de Donald Trump son un ejemplo palmario de destrucción de los derechos ciudadanos y de la deriva hacia una autocracia presidencial avalada por 77 millones de votos. El fenómeno que recorre el planeta es especialmente intenso en Europa, donde la extrema derecha gobierna en cuatro países y es la segunda fuerza en ocho más con opciones de aumentar cuota en el futuro, incluida Gran Bretaña, donde los partidos que alentaron el desastre del Brexit ahora se cuentan entre los favoritos.
Sin una autocrítica profunda y una renovación a fondo del modelo liberal, el futuro está escrito
Las causas de tan peligroso escoramiento nacen en el desencanto ciudadano con sus representantes por la falta de respuesta a sus problemas, sean inmigración, política, seguridad, vivienda, trabajo, servicios públicos o corrupción. En este terreno abonado por la incompetencia de los gestores habituales, la derecha extrema lo tiene fácil para señalar culpables y ofrecer alternativas de todo a cien, imposibles de aplicar, pero que relucen en el escaparate de la demagogia. Todo ello coincide con una fatiga de los materiales tradicionales, un desgaste de la democracia representativa que balbucea incapaz de hacer frente a las arremetidas generadas por la irritación, el desencanto o el odio.
La consecuencia es que cada vez más votantes, tanto de la derecha como de la izquierda clásicas, quedan hipnotizados por los sermones de estos predicadores del apocalipsis, y donde hasta hace poco se levantaban cordones sanitarios y pactos contra la derecha extrema, ahora se relativizan sus ideas y se les incorpora a las corrientes políticas principales. Sin una autocrítica profunda y una renovación a fondo del modelo liberal, el futuro está escrito. Y es muy negro.