Hace ochenta años, aquel 6 de agosto de 1945 en Hiroshima y tres días después en Nagasaki, la humanidad descubrió el poder de la autodestrucción. A pesar de que Japón hacía meses que tenía perdida la guerra, el presidente Truman ordenó el lanzamiento de los dos artefactos diseñados en el laboratorio de Los Álamos para reafirmar quién manejaría el timón del planeta las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

La certeza de un holocausto en caso de guerra atómica ha propiciado una paz endeble y un desarme paulatino sobre todo por parte de las dos grandes potencias de la guerra fría, Estados Unidos y Rusia, que tienen el 90% del arsenal nuclear. Hasta ahora, que la ocupación de Ucrania ha revelado una pregunta incómoda. Si los ucranianos durante la disgregación de la URSS no hubieran renunciado a sus armas atómicas entre las condiciones para conseguir la independencia, ¿Putin se habría atrevido a invadirlos? Si nos atenemos a las evidencias, la respuesta es que no se habría atrevido.
La explicación la ha dado con palabras el presidente de Francia: “Para ser libres hay que ser temidos”, y con hechos, porque Emmanuel Macron, además de doblar el presupuesto militar, ha cerrado un acuerdo para coordinar su polvorín con el Reino Unido, el otro Estado con ojivas atómicas del continente. Otro ejemplo de esta doctrina disuasoria es Israel, una potencia regional con armas nucleares, nunca reconocidas oficialmente, pero aceptado tácitamente, y que es la clave de su supervivencia a pesar de estar rodeado de enemigos juramentados para destruirlo.
Los tiempos de la reducción de arsenales ya forman parte del pasado
Lanzados a una nueva carrera armamentista, los tiempos de la reducción de arsenales ya forman parte del pasado y la esperanza de un mundo sin artefactos capaces de convertirlo en cenizas, una utopía. Al contrario. China suma más de cien cabezas nucleares al año, 9.600 más están listas para ser disparadas sobre todo desde misiles, aviones y submarinos rusos y norteamericanos, mientras el club atómico se amplía con miembros tan inquietantes como Pakistán, Corea del Norte y quién sabe si Irán. Mientras, el número de conflictos ha aumentado exponencialmente con guerras en Etiopía, Sudán, Birmania, aparte de las de Ucrania y Gaza.
El desarrollo tecnológico ha nutrido los arsenales de armas cada vez más sofisticadas como los drones, letales porque pueden transportar artefactos muy potentes y con un precio muy asequible, no solo para los estados, sino también para las organizaciones terroristas cuyo objetivo ha sido hacerse con una bomba atómica.