La bomba sobre Hiroshima, aquel 6 de agosto

Hoy se cumplen 80 años del impacto de la bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. A las 8 horas y 15 minutos del 6 de agosto de 1945, el bombardero norteamericano B-29 Enola Gay lanzó la Little Boy , que se detonó a 600 metros del suelo, con una fuerza destructiva equivalente a cerca de 20.000 toneladas de TNT. La explosión generó una ola de calor de más de 4.000 grados centígrados en un radio de 4,5 kilómetros. Unas 70.000 personas murieron de modo instantáneo. Fueron, en cierta medida, afortunadas. A finales del año, el balance de víctimas mortales ascendía a 140.000. Las que lo engrosaron de agosto a diciembre sufrieron, antes de fallecer, las tremendas consecuencias de quemaduras y enfermedades causadas por el artefacto y su radiación. El 70% de los edificios de Hiroshima fueron arrasados.

Estados Unidos estaba en guerra con Japón desde que, en 1941, el país del Sol Naciente atacó la flota estadounidense estacionada en Pearl Harbor, en Hawái. Dos semanas antes de lanzar la bomba atómica, el presidente de EE.UU. Harry Truman había exigido a Japón la rendición incondicional, advirtiéndole que, de lo contrario, le esperaba “una destrucción rápida y absoluta”, pero sin referirse al arma atómica, desarrollada en secreto. Japón no se rindió tras el ataque a Hiroshima. Tres días después, EE.UU. lanzó una segunda bomba, esta en Na­gasaki, causando otras 74.000 víctimas mortales. La rendición japonesa no se hizo esperar más: llegó acto seguido. Fue anunciada el 15 de agosto y firmada el 2 de septiembre a bordo del acorazado USS Missouri.

Pervive el horror de los bombardeos, pero también la amenaza de una guerra nuclear

Pasados ya tres meses largos desde la muerte de Adolf Hitler y la capitulación de la Alemania nazi, la rendición de Japón supuso el final de la Segunda Guerra Mundial. Y, también, el inicio de la era atómica y la disuasión nuclear, con su principio de destrucción mutua asegurada, según el cual es muy improbable que un país lance un ataque nuclear contra otro sin sufrir los efectos de otro similar de represalia.

Paradójicamente, durante la guerra fría, se atribuía a la existencia de los arsenales nucleares la preservación de la paz. Lo cual no evitó episodios como la crisis de los misiles de Cuba, en 1962, cuando el mundo entero contuvo la respiración al borde de la conflagración nuclear. Actualmente, hay nueve países poseedores de la bomba atómica: Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Durante años las grandes potencias dialogaron para reducir el arsenal atómico y se firmaron tratados con dicho propósito. El presidente norteamericano Ronald Reagan y el líder soviético Mijaíl Gorbachov llegaron a admitir conjuntamente en 1985 que “una guerra atómica nunca podrá ser ganada” y “nunca debe disputarse”.

Pero pasados 40 años de aquel consenso, la guerra atómica sigue siendo posible. En el mundo hay ahora alrededor de 12.300 ojivas nucleares. China invierte importantes cantidades en la expansión de su programa nuclear y la renovación de sus arsenales, y las otras grandes potencias intentan no quedarse atrás. Al tercer día de la guerra de Ucrania, la Rusia de Putin amenazó ya con utilizar el arma nuclear. Israel, con el respaldo de EE.UU., bombardeó en junio instalaciones donde Irán desarrolla su programa nuclear. Días atrás, la Administración Trump movilizó dos submarinos nucleares en respuesta a amenazas rusas. La sensación de inseguridad que generan los distintos conflictos en marcha es ahora muy patente.

Japón, que abrazó el pacifismo tras su derrota, apuesta últimamente por el rearme

La opinión pública de Japón –donde los hibakusha (supervivientes y guardianes de la memoria de Hiroshima y Nagasaki) han llevado a cabo una constante y admirable labor para que el mundo no olvidara nunca los horrores atómicos– ha sido tradicionalmente contraria a este tipo de armas. En 1945, un 85% de los estadounidenses aprobó el lanzamiento de la bomba sobre Hiroshima. Ahora, solo el 35% justificaría el uso de esta arma.

Tras la guerra, Japón aprobó una Constitución de corte pacifista. Pero las cosas están cambiando por las amenazas china y norcoreana. Los últimos gobiernos nacionalistas japoneses han apostado por el rearme. Veremos hasta dónde.

Hay quien sostiene que las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki sirvieron para abreviar la guerra.Stricto sensu, así fue. Pero son más los que ante todo las consideran causantes de una horrible masacre. Y también los convencidos de que todo esfuerzo será poco por erradicar estas armas que pueden matar a millones de inocentes y arruinar el futuro del planeta.

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