Ponç Hug, conde de Empúries, fue un guerrero famoso en su tiempo. Luchó contra la invasión francesa de 1285 y salvó personalmente al rey Pedro el Grande en Castelló d’Empúries. Fue hombre de confianza del sucesor en la corona, Alfonso el Liberal, y a su muerte rindió homenaje en Sicilia al nuevo rey Jaime II. Pero al mismo tiempo defendió su condado frente al afán centralizador del rey, que era asimismo conde de Barcelona, y las relaciones se deterioraron.
Su enfrentamiento hizo temblar las tierras ampurdanesas, ya que Ponç Hug no reparó en medios para parar las acometidas de quien, al propio tiempo, era su rey y su rival. Eran épocas en las que el poder real no estaba estructurado y no había nada similar a lo que ahora entendemos por Estado. Un rey débil podía ver su poder desmoronarse como un castillo de naipes y, por tanto, la monarquía estaba en continua lucha para reafirmarse internamente, lucha que solo cesaba cuando el rey era capaz de unir a los nobles en una campaña exterior.
Una vista aérea con el Montgrí, coronado por el castillo, al fondo
La rivalidad entre el conde de Empúries y el conde rey llevó a los dos a utilizar en su enfrentamiento medios insólitos que han dejado su impronta en las tierras ampurdanesas. Ponç Hug bloqueó el curso del río Ter, que entonces tenía dos desembocaduras, la antigua, al norte del macizo del Montgrí, cerca de l’Escala, y una más reciente, que paulatinamente quedó como el curso único del río, desembocando al sur de Estartit. Y lo hizo con la finalidad de perjudicar las tierras feudatarias del conde rey.
Por su parte, Jaime II decidió edificar un castillo en la cima del Montgrí. Esta fortificación, perfectamente conservada pero inacabada, en la que algunos ven al mirarla desde la lejanía el pezón del pecho de una mujer y otros el anillo en el dedo de una mano beatíficamente depositada sobre la pancha de un obispo, se erigió para hacer visible el dominio de la corona sobre todo el territorio del conde de Empúries.
Siempre me había intrigado la funcionalidad de esta edificación. Ya hace años que me percaté de que no miraba hacia el mar con finalidad de defensa frente a incursiones enemigas, como sucede con tantos torreones y castillos erigidos en la costa catalana, sino que era fruto de la rivalidad feudal entre el conde de Barcelona y el de Empúries. En una visita reciente al castillo de Bellcaire, donde residía Ponç Hug, me di cuenta de la presencia amenazadora que el castillo de Torroella despliega desde esa perspectiva. ¿Y por qué no lo acabó el conde rey? Pues porque encontró un medio más eficaz para subyugar a su rival.
El proceso contra el conde de Empúries por sodomía fue más eficaz para subyugarlo que el castillo de Torroella
La visita a Bellcaire y las buenas reseñas históricas desplegadas por el pueblo despertaron en mí la curiosidad por el conde ampurdanés. Tirando del hilo conseguí un texto tan insólito como revelador: una traducción del latín al catalán, editada por el historiador mallorquín Ramon Rosselló, con un título que habla por sí solo Procés contra Ponç Hug comte d’Empúries per pecat de sodomia. El poder, encarnado entonces en la figura del conde rey Jaime II, utilizó la homosexualidad de Ponç Hug para derrotarlo definitivamente y reafirmar de manera ejemplar el poder de la corona frente a la nobleza.
El proceso está bien documentado, ya que los archivos condales de Barcelona son una de las fuentes más ricas existentes para estudiar la evolución del poder real frente a la aristocracia feudal. Se puso en marcha el 6 de agosto de 1311 y las últimas testificales que se conservan son de marzo de 1312. Tenía por finalidad desprestigiar al conde de Empúries, provocando la pérdida de su alianza con la Iglesia. Reforzado el rey con esta munición, invadió el condado de Empúries el año siguiente y sometió al conde, que ya no pudo sobreponerse y falleció.
La conducta de Ponç Hug, si son ciertos los testimonios transcritos del juicio, no era para nada ejemplar, ya que se valió de su posición preeminente para obtener los favores de sus subordinados, como hacían la gran mayoría de señores feudales con las mujeres de aquella época. Pero la utilización de su orientación sexual por parte de la corona evidencia cómo un poder sin control es capaz de emplear cualquier medio para someter al que se le opone. Setecientos años después, la homosexualidad es un delito en 64 países en el mundo. Y en muchos más aún es una práctica socialmente estigmatizada.
