Durante la escapada de este verano has tomado 54 fotos con el móvil, tu pareja, 48, y tus hijos, unas 30 cada uno, o quizás 60, no tienes ni idea. Cientos de fotos, pero casi ninguna llegará a formar parte de los recuerdos de la familia. La mayoría acabarán borradas cuando el aparato avise que no queda espacio o se perderán al cambiar a un terminal nuevo.
Los recuerdos se consolidan mejor cuando hay objetos físicos que nos transportan a esos momentos, y en muchas casas está esa foto del abuelo cuando era joven, esa carta tantas veces releída, esa entrada al concierto que te emocionó, el billete de tren del viaje que te cambió la vida, esa postal enviada por alguien que te pensaba pese a estar lejos… pequeños objetos que aún hoy te acompañan.

La vida moderna ha digitalizado buena parte de estos recuerdos y ya no son físicos. Las fotos están en el móvil, las cartas son correos electrónicos, las postales son watsaps y ya no hay que imprimir ni las entradas a los conciertos ni los billetes de tren. Ninguna de estas cosas es física y casi todas desaparecen más pronto que tarde. Difícilmente estarán cuando queramos recordar esos momentos.
Las empresas y los estados tienen acceso a todo nuestro rastro digital y pueden saber lo que hacemos, pero nosotros casi nunca guardamos ese rastro y nos cuesta recordar qué hicimos. Ahora que se puede saber todo, nos estamos quedando sin recuerdos. Dentro de unos años habrás olvidado este verano y no sabrás a qué concierto fuiste ni con quién, mezclarás años y lugares, personas y momentos, y cuando lo quieras recordar no lo encontrarás porque en algún momento, que tampoco recuerdas, lo borraste. O se borró por sí solo, que de hecho tampoco tienes ni idea.
Tengo un amigo que pone en Instagram las fotos de los sitios que visita para así tener un recuerdo, pero cualquier día Mark Zuckerberg le puede cerrar la cuenta por algún malentendido, o alguien parecido a Elon Musk comprar la plataforma y cambiarlo todo. Ese día mi amigo habrá perdido sus recuerdos. Siempre quedará la solución de preguntarle a Google dónde estaba en el verano del 2025, que seguro lo sabe y quizás se lo quiera decir, o aún mejor, preguntarle a ChatGPT y que de paso le genere una foto de cómo podría haber sido ese momento. Probablemente en el futuro los recuerdos serán sintéticos, generados por una inteligencia artificial que nos ofrecerá un recuerdo artificial de un pasado real que ya no sabemos recordar.
Tras un viaje no envío las 476 fotos que he tomado, sino las ocho que valen la pena; construyo recuerdos
Tus recuerdos dependen de qué guardas, cómo y dónde. Pequeños detalles que nos definen, nos explican y nos hacen ser quienes somos. Entre los recuerdos de mi infancia pesan mucho las pocas fotografías que mis padres me pudieron hacer, y que hemos mirado una y otra vez durante años. Ahora hacemos miles de fotos a nuestros hijos y cuesta saber cuáles recordarán y aún más cuáles guardarán. De momento las tenemos en el teléfono o el ordenador hasta que una avería nos las haga perder todas, o en la nube, donde también se perderán porque el día que nos muramos nadie sabrá la contraseña y no podrán acceder. Muy probablemente mis hijos tendrán menos fotos que yo de su infancia, pese a haber sido los niños más fotografiados de la historia de mi familia.
Hay un riesgo serio de que la sociedad digital nos deje sin recuerdos familiares. Por si acaso, he empezado a hacer la selección de los recuerdos que quiero regalar a la familia. Después de cada viaje o de cada fiesta familiar me esfuerzo y escojo las seis, siete fotografías que más me emocionan y las guardo en un sitio donde las puedan encontrar, o las imprimo, o las envío. Ya hace un tiempo que mis padres no están y en cada aniversario envío fotos de ellos a mis hijos, fotos escogidas en las que sonríen y están felices, porque quiero que mis hijos recuerden unos abuelos felices y sonrientes.
Cuando acabo un viaje no envío las 476 fotos que he tomado, que las tengo y las guardo, sino las ocho que de verdad valen la pena. Una cosa es lo que tengo, y otra muy distinta lo que comparto, lo que regalo, lo que propongo guardar. Construyo recuerdos para el futuro, si no, no seremos nadie.