Entre los sueños húmedos de los partidarios de la república digital (no confundir con la democracia digital, donde la tecnología sí está al servicio de la gente) figura la sustitución de los reporteros de guerra por aplicaciones de inteligencia artificial. Ya sabemos que quien controla el algoritmo, controla el discurso.
Ese reportero digital sería en realidad un sistema de drones, robots, satélites y sensores que podría recorrer los campos de batalla sin riesgo de sufrir daños irreparables. Tendría además una capacidad ilimitada de captar, procesar y verificar datos, que podría servir en tiempo real en cualquier formato.
¿Y cuál sería su principal ventaja, siempre desde la óptica de los defensores de ese nuevo autoritarismo tecnificado? Pues que el corresponsal algorítmico, convenientemente programado, podría difundir, con impecable apariencia de neutralidad, la versión de la verdad que al programador le interesara contar.

Anas al-Sharif, durante una de sus apariciones en Al Jazeera
Pero aún es pronto para satisfacer ese deseo. Todavía hay profesionales empeñados en jugarse la vida para contar las cosas como son, medios que creen en el periodismo y una audiencia que valora la importancia de la mirada humana sobre el horror.
Por eso, porque aún no pueden servir la realidad retorcida a su antojo, gobernantes sin escrúpulos optan por liquidar a los periodistas que contradicen su relato. Anas Al-Sharif, Mohammed Qreiqeh, Ibrahim Zaher, Moamen Aliwa y Mohammed Noufal contaban al mundo la muerte y la miseria que casi dos años de ataques israelíes han causado en Gaza cuando una bomba acabó deliberadamente con sus vidas.
Profesionales de la información y de otros ámbitos salieron ayer a la calle en Barcelona para manifestar su repulsa.
Tendrán que ser otros los reporteros que narren los estragos que puede causar entre los gazatíes la gran ofensiva israelí para controlar toda la franja. En el caso, claro, de que esta llegue finalmente a producirse. Porque el factor humano también altera los planes de quienes dirigen las batallas desde el despacho, y es evidente que al Gobierno de Benjamin Netanyahu le está costando lo indecible reclutar a reservistas que estén dispuestos a participar en semejante operación. Las guerras, por ahora, tampoco se ganan sin soldados sobre el terreno.