En redes rusas “¡Alaska es nuestra!” circula como meme con guiño imperialista. La bravata surgió tras la anexión de Crimea –presentada por el Kremlin como “corrección de un error histórico”– y algunos blogueros propusieron aplicar la misma lógica al territorio que el zar Alejandro II vendió a EE. UU. en 1867 por 7,2 millones.
Alaska ha vuelto a escena con una coreografía indigesta: alfombra roja, formación militar y aviones sobrevolando la base de Anchorage. Apretones de manos y sonrisas contrastaban con la orden de detención de la Corte Penal Internacional contra el déspota ruso. Trump aplaudía, obsequiándole un inmerecido “welcome back”.

El ministro de Exteriores Lavrov fijó el tono de esta bilateral al llegar con una sudadera con las siglas URSS, escarnio para Europa del Este. Putin remató la visita con gestos simbólicos: depositó flores en tumbas de soldados soviéticos y se reunió con el arzobispo ortodoxo local. Trump, por su parte, le entregó una carta de Melania sobre los niños ucranianos secuestrados en Rusia.
La cumbre fue un simulacro breve y estéril. No hubo acuerdo ni alto el fuego. En la rueda de prensa el exespía del KGB repitió su cínico guion: la guerra es una “tragedia” (que él mismo inició), los ucranianos son un “pueblo hermano”, llamó buen vecino al servil Trump e infló su ego denostando a Biden. El magnate, en apenas cuatro minutos, habló de “grandes progresos” y se marchó de vacío. Resultado: día ganado en la foto para Putin, ridículo para Trump que sirvió en bandeja un anticlímax histórico. Y la ignominia no acaba ahí: antes de la cumbre llamó al dictador bielorruso Lukashenko, cómplice de Putin.
Alaska, bisagra del Ártico y tablero geopolítico clave, fue el telón de fondo para dos potencias con sueños imperiales. Desde Anchorage, Putin advirtió con no “sabotear” los avances; es decir, un acuerdo favorable a Moscú que deje a Kyiv y Europa fuera de juego. Se cumplió una vieja fantasía del KGB: agravar las disensiones entre EE. UU. y Europa. Nunca fue posible: hacía falta un presidente como Trump. Alaxsxaq , en aleutiano, significa “tierra firme hacia la que empuja el mar”. Alaska ha sido el rompeolas de dos proyectos incompatibles: el arreglo “entre grandes” frente a una seguridad europea con Ucrania dentro.