El verano es un momento ideal para venderse el sofá. Hace calor, y el cambio climático permite presagiar que el mito invernal de las noches de sofá y manta quedará como un recuerdo del pasado lejano. El único motivo para querer un sofá en tiempos de noches tórridas es para tirarlo a la hoguera de San Juan. Cambiar el sofá por una o varias butacas solo tiene ventajas. Para empezar, cualquier fisioterapeuta nos advertirá de las malas posturas que adoptamos cuando pasamos horas y horas tumbados en un sofá. La comodidad aparente es garantía de futuros dolores articulares. En una butaca es más sencillo adoptar posturas que no nos dañen el cuerpo.

Además, el sofá ha acabado convertido en el tótem doméstico por excelencia, al que apelan todas las plataformas audiovisuales para engancharnos viendo series mientras yacemos, felices, entrelazados con la familia. Seguro que Tolstói pensaba en sofás y butacas cuando empezó Anna Karénina con estas dos frases célebres: “Todas las familias felices se parecen. Cada familia infeliz lo es a su manera”. Todo el mundo se sienta en una butaca de forma parecida. En cambio, cada uno se tumba en un sofá a su manera.
La butaca, además de transportable, no es celosa como el sofá. No exige exclusividad. En casa puedes tener más de una: orejera para leer, reclinable para meditar mientras practicas la vida onírica… El sofá, en cambio, siempre quiere que estés por él y no admite competencia. Cada vez que salgas al teatro, a un auditorio o a la ópera, podrás sentarte en una butaca diferente. Solo encontrarás sofás públicos en locales pretenciosos que quieren hacerte creer que estás como en casa, cuando si has salido a tomar algo era precisamente porque no te querías quedar.
Pero el argumento definitivo a favor de la butaca es que cada año se conceden en Premià los premios Butaca, que destacan a los mejores intérpretes y espectáculos de la escena teatral. Los organizan quienes las ocupan en las plateas de los teatros: los espectadores. ¿Conocen algún premio Sofá? Como mucho, existe el llamado teatro de tresillo, un género de comedia ligera que a menudo genera la incomodidad inherente a la vergüenza ajena.