Nietzsche y el actual nihilismo europeo

Nietzsche y el actual nihilismo europeo
Catedrático y exdecano de Filosofía de la UB

Nietzsche falleció en agosto hace 125 años. Es el filósofo de “Dios ha muerto”, el “sobrehombre”, el “eterno retorno de todas las cosas” y la “transmutación de todos los valores”. Forman, si no un sistema, sí una íntima tetralogía, con un hilo conductor: el “gran sí a la vida”. Pregúntese: “¿Volvería yo a repetir mi vida?”. Si, a pesar de todo, responde “que vuelva otra vez”, es nietzscheano. Optará por lo que fortalece y engrandece la vida, no por lo que la niega o debilita.

El criterio, entonces, para la moral, no es el bien o el mal, lo verdadero o lo falso. Es la vitalidad, aquello que favorece la plenitud de la vida. Eso incluye la salud, el bienestar y el placer; pero va más allá, para entrar de pleno en la moral. Aunque Nietzsche dijo que “una vida sin música sería un error”, la vida no es música, sino esencialmente una forma moral de vivir. No la vida satisfecha, sino la satisfacción por la vida.

El filósofo ve en su tiempo, la segunda mitad del siglo XIX, y especialmente en la nueva Alemania de Bismarck (1871), un período de belicoso nacionalismo, chatas aspira­ciones burguesas, socialismo de masas, falso cristianismo y estrecha visión de la ciencia. Esta quiere creer en la verdad objetiva, cuando todo lo que impulsa y rige el conocimiento, y la vida en general, es la “voluntad de poder”, el impulso motor de la vida.

Unas veces, como en la ciencia y la filosofía, tal voluntad se enmascara de “voluntad de verdad”. En el mundo moderno, el científico, el religioso o el político no persiguen el saber, la santidad o la justicia, sino que bajo esos ideales se mueven por su voluntad de poder, al igual que todo en la existencia. Quienes, al contrario, despliegan su voluntad de poder como autoafirmación de la vida (el “gran sí a la vida”), no son partícipes del “nihilismo”, la patología de preferir estar sujeto a ideales impostados y, por tanto, negarse a sí mismo el potencial de vida.

GRAFCVA127. ALICANTE, 09/12/2022.- Los presidentes del Gobierno de España, Pedro Sanchez (2º dcha), Francia, Emmanuel Macron, (dcha) y Portugal, Antonio Costa, (izq) más la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se reúnen este viernes, en paralelo a la IX Cumbre Euromediterránea, para avanzar en el desarrollo del corredor submarino de hidrógeno verde H2Med, entre Barcelona y Marsella, y que presentarán a Bruselas el próximo 15 de diciembre. EFE/ Kai Forsterling

 

Kai FORSTERLING / EFE

Nietzsche ve en su Europa el presentismo y la abdicación de las responsabilidades de futuro. Muestra su disenso frente a una Europa nihilista, con valores ajenos o contrarios a la vida, sea la especialización, el humanitarismo (la falsa compasión cristiana) o la artificial igualdad social.

Nihilismo viene del latín nihil , nada. El nihilismo es la ausencia de valores o hacer ver que se cree en ellos y además no practicarlos. Nietzsche es nuestro contemporáneo, pues nada hay más actual que esta moral nihilista que se está labrando.

Las élites europeas dicen defender Europa, los derechos humanos y la tolerancia, cuando en realidad hacen lo contrario de lo que dicen. Tal inautenticidad no se había dado en Europa. Ni siquiera en aquellos años 20 y 30 del siglo pasado, cuando se habló de la “destrucción de todos los valores”. Al menos el totalitarismo no se ocultaba y se mostraba en toda su crudeza. La inautenticidad reviste las instituciones políticas del continente, como se está viendo en sus acuerdos sumisos (Van der Leyen, Kallas, Rutte, Meloni…) con Rusia, Israel y EE.UU. Imaginemos, pues, a un gigante que amenaza a un joven con 30 latigazos. Pero este se arrodilla y consigue que sean 15. Tras el azote, dice ufano: “He salido ganando y estoy libre de dudas”. Así hace a Europa la élite europea.

Lee también

Ese reloj de arena

Norbert Bilbeny

Antes hubo en la UE ambición. Ahora hay falta de visión, es decir, de ganas. Hay políticos que se sienten por encima de las instituciones que representan, mal ejemplo para todos. Y no es que no haya valores: todos decimos creer en ellos. Es que su existencia se va haciendo invi­sible y, lo peor, inefectiva. Cuando nuestros hijos no
viven mejor que nosotros, cuando ha desaparecido la ilusión de futuro, puede que el nihilismo se vuelva espontáneo e instintivo en la mayoría.

Nietzsche se proclama espíritu libre y europeo. Anuncia el nihilismo para condenarlo. Aunque lo ve como una fase en el desarrollo del tipo humano, para que éste reaccione, superándose hacia un modo de vida capaz de crear valores y responsable. Cree en el avance humano y la autosuperación del individuo. ¿Y nosotros? De verdad, ¿en qué creemos? Pero la vida empuja; no desesperemos. Por su vita­lismo, Nietzsche es nuestro contempo­ráneo.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...