Hay un mercado de objetos antiguos ante la catedral de Barcelona. Artículos de lo más variopinto: una figurilla de la Virgen de Montserrat, un casco de la Guerra Civil, un abanico isabelino, un molinillo manual de café que no sale ni en Cuéntame cómo pasó. La vista se pasea sorprendida y a veces nostálgica sobre todos ellos: algún juguete de la infancia, como el cine Nic, un Meccano, una cuerda de saltar...
En este mercado todo es extemporáneo. Lo más fuera del tiempo que veo en él es un ajado pero imponente reloj de arena, aunque sin arena. Se lo comento al vendedor. “Sí –contesta–, se debió de escapar un día, ve, por la tapa de arriba, pero no me diga que no es bonito”. Claro: es bonito, pero el destino de un reloj de arena que mide el tiempo es que al final ya no tenga ni un grano de arena. Se acabó el tiempo. La arena del vaso superior se cuela lentamente por el cuello del aparato hasta llenar el vaso inferior. El recipiente de arriba es el tiempo, el de abajo, el resultado de lo que se ha hecho con aquel, después de pasar por el sumidero de su agotamiento. Y todos, en la vida, sin excepción, pasamos por el mismo cuello del reloj de arena. Nuestro más común y radical “pasar por el aro”.
“Papá –dijo mi mujer Marta de pequeña–, yo no quiero que te mueras”. Él le respondió con humor: “Tranquila, hijita: Julio César murió, Alejandro Magno, también, y hasta el Papa y Fidel Castro se morirán también”. No sé si consuela, pero así va siendo. En los cuadros del barroco con el lema de la Vanitas veremos siempre una calavera y a veces un reloj de arena. En el vaso superior, los años, horas y minutos por pasar. En el inferior, la cuenta de resultados: lo que habremos hecho bien o mal en la vida. Es el vaso sobre el que se pasará cuentas.
El vaso por el que se juzgará a la gente mala, como Trump, Putin o Netanyahu, mostrará, sin duda, arena y carbón
La arena de la gente buena y que ha dado amor se verá mezclada con granos de oro. La de aquellos que han aportado al mundo conocimiento y belleza contendrá granos de plata. Puede que, al final, el resultado mayoritario sea una mezcla de arena y granos de cobre. A fin de cuentas, arena y agua son lo que hay más en el mundo. Finalmente, el vaso por el que se juzgará a la gente mala, como Trump, Putin o Netanyahu, mostrará, sin duda, arena y carbón. Nadie querrá ni regalado su reloj de arena.
En El libro de arena, Borges compara este material con el infinito. Sí, de él venimos y a él vamos. Yo no le he comprado al anticuario ese reloj sin arena, pero tampoco le he expresado estos pensamientos. Para no abusar de su tiempo.
