Algo muy pequeño se lanza sobre mí y me clava el aguijón. Siento la punzada en la mano. Qué violencia. No he llegado a verle la cara, pero ha tenido que ser una avispa joven, una cría. Tal vez sea su primera picadura, en fin. Hace días que sospecho que hay un nido en algún hueco del toldo. No sé por dónde empezar a encarar este tema veraniego, en un segundo piso. Se me ocurre llamar al fontanero porque es un tipo dispuesto. Una vez se encargó de un roedor asqueroso que se había escondido detrás del váter. Una historia escabrosa sobre la que prefiero no dar detalles. Pero esto de las avispas y el toldo igual es demasiado. Supongo que tampoco conviene que yo me lance a echar insecticida de noche, tendría que encaramarme boca arriba en la ventana, ni sé.

En mi mano hay un puntito rojo que duele como un demonio. Pregunto al móvil qué hacer y sigo las diligentes indicaciones de la IA: agua y jabón y hielo (aparte de control de plagas o policía local). Me preocupa preguntarle tantas cosas a la IA, noto que empieza a ser una especie de vicio tonto, es tan fácil. La clásica idiotez que te acaba chupando la voluntad. Sin la IA se lo hubiera preguntado a una persona y quizás habrían pasado cosas humanas.
La picadura se hincha y bajo a la farmacia. La joven farmacéutica lleva esas uñas postizas, larguísimas y afiladas que están de moda. Ayer una chica me clavó una en el metro, sin enterarse. Grité exageradamente; que se note que me parece absurdo añadir esas garras a la convivencia ciudadana. Observo a la farmacéutica teclear en el datáfono como un guepardo. Me pregunto cómo se peina, cómo toca el piano, cómo pela un higo, cómo acaricia a su pareja –si tiene– sin sacarle un ojo, pero, sobre todo, cómo se acaricia a sí misma. Imposible. No quiero pensar que lleve lentillas.
Le pregunto cómo se apaña con eso día y noche, y se encoge de hombros: ya estoy acostumbrada. No le digo: ahora que nos hemos librado de los tacones, nos metemos en lo de las uñas. No le digo: ahora que ya no somos medio cojas, nos ponemos medio mancas. Ni: es que no salimos de asuntos incapacitantes, nosotras. No se lo digo porque es su vida. Simplemente pago la pomada y me voy con mi avispa a otra parte.