Guardar el orden

Entre las lecciones de vida que me inculcó mi padre figura el lema que dice “guarda el orden y el orden te guardará”. Nos lo repetía, de niños, cada vez que no encontrábamos los lápices de colores o cualquier objeto que hubiéramos dejado abandonado. El aforismo ha pasado de generación en generación y a los ahora niños de mi familia se les suele recordar: “¿Qué decía el abuelo?”, cada vez que se les pierde algo. Como no nos dejó bienes materiales, no tuvimos que pelearnos por la herencia y esas enseñanzas, aplicadas a la vida en general, entre otras, son su legado.

Hay vloguers que aconsejan los lápices de colores como eyeliners

 

LV

El orden tiene algo de conservador, sobre todo en la acepción “gente de orden” pero, aun en esos casos, es más fácil convivir con personas que no se saltan las colas, ni aparcan fuera de las líneas, frente a los que utilizan la picardía, o incluso la caradura, para quedarse con el cambio de más de la cuenta de un bar y, no digamos ya, hacen fiestas debajo de tu ventana o se espatarran en los trenes.

El problema viene cuando tu manía por el orden se enfrenta al desorden ajeno. ¿Es conveniente afear a alguien que aparca sobre una acera estrecha e im­pide el paso a una anciana con tacataca o una madre con cochecito de niño? Seguramente, no, porque al conductor que suele poner la excusa de que es solo un momento, al afearle su conducta, no le falta tiempo para contestar: “¿Y a ti qué te importa”. Y aunque sí me importa, acabas siguiendo tu camino antes de que el asunto derive en drama.

El problema viene cuando tu manía por el orden se enfrenta al desorden ajeno

Incluso las personas encargadas de guardar el orden parecen, últimamente, haber hecho dejación de sus funciones, cosa que aún me irrita más. En los aviones, a pesar de que los auxiliares repiten mil veces que los compartimentos superiores son para los tróleys y que las mochilas o bolsas deben ir bajo el asiento delantero, parece que el índice de sordera de los pasajeros es superior a la media y muy pocos hacen caso. Es en ese momento en el que pides auxilio al auxiliar para que aplique la norma, pero, harto ya de mil viajes y mil peleas, acaba por dejar hacer, contribuyendo al desorden generalizado.

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El mundo se parece cada vez más a un puesto de mercadillo o a una de esas tiendas de cadenas low low cost en las que se amontonan las prendas que el orden colocó por tallas y el desorden te impide encontrar la tuya. Igual es que ya ha llegado el Apocalipsis y nadie nos ha avisado. Señales no faltan y, sin ánimo de frivolizar con esas pequeñas cosas de vida cotidiana, empieza a dar miedo todo lo que nos espera.

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