Moskóvington

Hay algo en el aire de esta época que recuerda a esas novelas donde dos personajes, aparentemente antagónicos, descubren –para horror del lector– que persiguen lo mismo. Es el caso de la afinidad tóxica entre el Kremlin y la Casa Blanca, que podríamos llamar Moskóvington: una entidad geopolítica sin bandera, visible ya en las presidenciales del 2016, cuando una operación de desinformación rusa interfirió en la campaña que llevó a Trump a la Casa Blanca.

President Donald Trump greets Russia's President Vladimir Putin Friday, Aug. 15, 2025, at Joint Base Elmendorf-Richardson, Alaska. (AP Photo/Julia Demaree Nikhinson)

 

Julia Demaree Nikhinson / Ap-LaPresse

No es una alianza declarada, sino una afinidad operativa. Moskóvington funciona mediante mecanismos convergentes: construcción de realidades paralelas; disolución de las fronteras entre lo estatal y lo personalista; uso sistemático de plataformas afines para deslegitimar la oposición y degradar al adversario a enemigo nacional. El trumputinismo desprecia la democracia porque exige prudencia, consenso y rendición de cuentas. La invocan solo cuando necesitan legitimidad institucional y regresan enseguida a la trastienda del poder iliberal.

Trump ve en el Viejo Continente un incordio regulatorio que frena sus impulsos

Trump ha convertido Washington DC en un laboratorio. Ha desplegado la Guardia Nacional subordinando la seguridad local en una ciudad donde la criminalidad, tras tocar techo en el 2023, había disminuido este año. El dispositivo recuerda a la Rosgvardia, el cuerpo militarizado creado por Putin en el 2016 con cadena de mando directa al Kremlin. En Moskóvington, la intimidación visual es parte del espectáculo: véanse las redadas del ICE contra inmigrantes. También confluyen los objetivos geopolíticos. Putin necesita una Europa débil y dividida para reconstruir su espacio imperial. Lleva años intentando desestabilizarla y consumó la ofensiva con la invasión de Ucrania. Trump ve en el Viejo Continente un incordio regulatorio que frena sus impulsos. Él no necesita tanques: le basta con marginar a los europeos en las mesas diplomáticas y privilegiar pactos bilaterales.

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La farsa de Anchorage

Marta Rebón
ANCHORAGE, ALASKA - AUGUST 15: U.S. President Donald Trump (R) walks with Russian President Vladimir Putin as they arrives at Joint Base Elmendorf-Richardson on August 15, 2025 in Anchorage, Alaska. The two leaders are meeting for peace talks aimed at ending the war in Ukraine. Andrew Harnik/Getty Images/AFP (Photo by Andrew Harnik / GETTY IMAGES NORTH AMERICA / Getty Images via AFP)

Los líderes europeos insisten en el alto el fuego en Ucrania y en los derechos humanos de presos, niños secuestrados y civiles. Pero la parte decisiva de las conversaciones se desarrolla en Moskóvington, por canales opacos. Cada concesión se convierte en una invitación a exigir más. La historia ya mostró cómo termina ese juego, cuando las democracias ceden terreno.

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