Matemática de la pareja

la vida lenta

En los ochenta y noventa aparecía un par de veces cada año una pelí­cula que hacía que los adultos fuesen al cine a sentirse eso, adultos, y que daba después material para conversación. La inmediata, la que se tenía al salir del cine, y la mediata, la que se daba en editoriales de periódicos y shows nocturnos. Nueve semanas y media, Atracción fatal y Una proposición indecente pertenecen a ese grupo. Y hay que agradecer en estos tiempos de contenidos franquiciados y recalentados que algunos directores estén resucitando ese subgénero, aunque sea con filmes irregulares, como Materialistas, de Celine Song.

Dakota Johnson Y Pedro Pascal en 'Materialistas'

 

Fotograma de 'Materialistas'

Felizmente lejos del engrudo pretencioso que fue su última película, Vidas pasadas, aquí Song mina su corta experiencia como casamentera en una agencia matrimonial para pintar un panorama tan lúcido como deprimente del mercado del amor, énfasis en mercado.

‘Materialistas’ pinta un panorama tan lúcido como deprimente del mercado del amor

Que la película transcurra en un Nueva York menos deseable que nunca y en un ambiente de personas mayoritariamente ricas y blancas no la hace menos aplicable a cualquiera. Solo que todo sucede allí en modo turbo. La idea, que tiene clarísima Lucy, la protagonista, es que todo el mundo tiene un valor calculable con una sencilla ecuación que factoriza ingresos, nivel académico, edad (con calendarios obviamente dispares para hombres y mujeres, porque la película se centra en una heteronorma pesadillesca), altura y atractivo físico y que, a partir de ahí, uno puede salir a adquirir un bien acorde con su estatus. Las aplicaciones de citas habrán acelerado y alterado el proceso, pero la idea en sí misma existe y se perpetúa desde que el primer rico del pueblo se casó con la primera guapa del pueblo.

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Esta Lucy, interpretada por Dakota Johnson con una impavidez que solo se alcanza tras varias generaciones de genética cruzada en Hollywood, tiene un arsenal de frases con las que consuela o regaña a sus caprichosos clientes, y, de todas, la que más cala –le auguro un futuro memético similar al “igual no le gustas tanto” de Sexo en Nueva York – es una que usa ella con el millonario que la lleva a cenar. “Me haces sentir valiosa”, le dice. Quién no querría saberse mercancía al alza, suelo recalificable, loft con vistas.

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