El libro ha iluminado a la humanidad. El progreso científico y el progreso moral (derechos humanos) son hijos de la imprenta. No es de extrañar que, en la actual era de la imagen, los cimientos de nuestra cultura se tambaleen. Las imágenes se imponen como un absoluto. Y con las imágenes cambia nuestro pensamiento, como cambian también nuestras vidas.

El libro fomenta el pensamiento secuencial. Al leer vamos agregando sentido. Las sílabas forman palabras; las palabras, frases. Así se van creando los párrafos y los capítulos que culminan en la unidad de sentido que es un libro. Leer es acumular y sintetizar pensamiento. En cambio, la cultura de la imagen favorece el pensamiento simultáneo.
He aquí un ejemplo trivial de esa nueva forma de pensar: un hombre conversa con una mujer mientras, al mismo tiempo, mira la pantalla del televisor, escucha música con un auricular bluetooth conectado al teléfono y teclea en ese mismo aparato un mensaje de WhatsApp. ¿Está tan atento a las cuatro actividades como lo estaría si se centrara en una sola? Parece evidente que no. Nuestra manera de pensar está cambiando. Es mucho más amplia y diseminada. Allí donde la dispersión del pensamiento humano no alcance, llegará la IA: seremos más disgregados y perezosos y, en consecuencia, más dependientes de la tutela cibernética.
Lleva siglos buscándose y ya se ha encontrado: los psicólogos le recomiendan que se ame
Ahora bien, la cultura de la imagen es más emocional que la del libro. La imagen encanta, horroriza, cautiva, relaja, atrae, atrapa, seduce, fascina. Las pantallas ejercen sobre nosotros un poder hipnótico. Las imágenes nunca son suficientes. Son adictivas. Necesitamos cambiarlas sin cesar, pasar pantallas a toda marcha. Y ello repercute en nuestras vidas: quienes nos rodean (pareja, padres, hijos, amigos) nos aburren enseguida, como el jersey que hemos usado demasiadas veces. Ahora los amigos pueden coleccionarse en las redes. Cristaliza así una nueva manera de vivir desvinculada del contexto social y fraternal.
El ser humano lleva siglos buscándose. Ya se ha encontrado. Aquí está: encerrado en su ego, pendiente de su imagen, de sus cosas, de sus apetitos. Los psicólogos le recomiendan que se ame. Las redes lo empujan a proyectarse. Quiere ser un icono, un mito. Es Narciso.