Finales abiertos

A veces me decepcionan las novelas con finales abiertos. Lo confieso, aunque sé que es un terreno delicado, porque muchos consideran que el final abierto es un signo de respeto hacia la libertad interpretativa del lector, de una renuncia voluntaria al absolutismo de un autor que pretende decirlo todo.

Un página de un libro de la campaña ‘Asienta la lectura-siéntate a leer’, en la Calle Goya 1, a 20 de marzo de 2023, en Madrid (España).  En vísperas de la celebración del Día del libro, el Ayuntamiento de Madrid promueve la lectura con la campaña ‘Asienta la lectura-siéntate a leer’. Esta iniciativa de las áreas de Cultura, Turismo y Deporte y de Economía, Innovación y Empleo tiene como objetivo de fomentar el gusto y la afición por la lectura, sobre todo en papel, a través de las bibliotecas y de las librerías de proximidad. Para ello se han colocado bancos con forma de libro en puntos estratégicos de la ciudad en colaboración con la editorial Penguin Random House.

 

Alejandro Martínez Vélez/Europa Press

Hay algo de hermoso en ese gesto de dejar volar la historia, de invitar al lector a seguir imaginando lo que quiera, de ofrecerle la posibilidad de elegir, como si después de la última página se abriera un campo inmenso donde la imaginación pudiera pastar a sus anchas. Pero ese gesto también puede convertirse en una huida, en una renuncia, en la claudicación de quien debería haber llevado la historia hasta el final y, sin embargo, se rinde en el umbral de la última frase.

Nadie quiere que la vida le quede en suspenso, que un amor se disuelva sin explicación

Yo misma, lo reconozco, he dejado finales abiertos en algunas de mis novelas. No lo hice como rendición, sino como un guiño. Siempre dejé trazas, sugerencias, pistas que insinuaban el desenlace que yo hubiese deseado. Nunca se trató de ceder las riendas por completo, sino de invitar al lector a acompañarme en un juego donde él pudiera matizar, completar, adornar. Pero siempre con un faro encendido. No puedo imaginarme escribiendo una novela que se disuelva en la nada.

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Los finales abiertos, en la vida, son insoportables. En la literatura, todavía podemos asumirlos, porque tenemos la libertad de la ficción para completar lo que falta. Pero en la vida real los finales abiertos nos carcomen. Nos quitan el sueño. Nos dejan la herida del “qué habría pasado si…”. Nadie quiere que la vida le quede en suspenso, que un amor se disuelva sin explicación, que una despedida se quede sin palabras, que una enfermedad no tenga diagnóstico, que una guerra quede indefinidamente sin solución.

Tal vez por eso los lectores buscamos, en el fondo, lo contrario de lo que la vida nos ofrece. La literatura no tiene por qué imitar la incertidumbre. La literatura puede ser el lugar donde los finales existen, donde las historias encuentran sentido, donde lo que la vida deja abierto, el relato lo cierra. Y si algún final se abre, que sea un final generoso.

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