Lenin murió en 1924 con la voluntad expresa de recibir sepultura. Pero el frío de enero, que retrasó su descomposición, dio tiempo al Partido para improvisar un experimento, convertido en programa político: en lugar de enterrar al hombre, inaugurarían la inmortalidad. Vorobiov y Zbarski, médico y bioquímico, transformaron su cadáver en un laboratorio de eternidad política. Se le extirparon los órganos, se laminó su cerebro para estudiarlo, y lo restante, sometido a ciclos regulares de baños sintéticos, se impregnó de soluciones artificiales secretas. Lenin dejó de ser un muerto para convertirse en un híbrido químico, expuesto como reliquia en la plaza Roja.

El hallazgo se exportó como si de una patente se tratara. Dimitrov en Bulgaria, Ho Chi Minh en Vietnam y la saga norcoreana: Kim Il Sung y Kim Jong Il, reliquias de Estado que vigilan al pueblo desde sus vitrinas refrigeradas. En Pyongyang la inmortalidad devino categoría administrativa: el Presidente es Eterno por decreto, mientras su piel recibe cuidados cosméticos de especialistas rusos. China también quiso su cadáver exquisito. Pero, en 1976, cuando murió Mao, Moscú se negó a compartir la receta del milagroso formol: la ruptura sino-soviética se trasladó al más allá. Los técnicos chinos hicieron lo que pudieron, pero el rostro quedó hinchado, el torso abultado, hubo que aflojarle el traje para que las costuras no reventaran.
Xi y Putin, dos chavales septuagenarios hablando sobre cómo evitar lo inevitable
Constatamos que esa obsesión por la perpetuidad sigue vivita y coleando. Durante el desfile militar en Pekín, en conmemoración del final de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, un micrófono indiscreto ha cazado a Xi y Putin fantaseando con trasplantes de órganos y una longevidad de siglo y medio. Dos chavales septuagenarios, agarrados al poder como a un suero intravenoso, conversando, entre misiles hipersónicos y cañones láser, sobre cómo evitar lo inevitable. La genealogía sería impecable: del formol al trasplante regenerativo, del mausoleo de granito al sueño biotecnológico. Problema de sucesión zanjado. La misma aspiración por detener la muerte, pero ahora transmitida en directo, sin vitrinas ni sarcófagos.
La inmortalidad nunca fue un derecho humano, sino un lujo de autócratas, miembros vitalicios de la hermandad transfuneraria. La eternidad comunista evoluciona: de los mausoleos al spa genético.