El abrazo del verano ha sido el de Arnaldo Otegi y Oriol Junqueras. Sonrisas y complicidad. Dicen unos medios que Otegi y Junqueras se han reunido para marcar el rumbo del Gobierno de Sánchez. Añaden otros que han acordado aumentar la presión independentista ante la complicada situación política de Sánchez. Y especifica el resto que han apostado por más construcción nacional desde la calle y las instituciones.
¿Cómo es posible que el presidente Sánchez soporte impávido esta vejación pública? Porque constituye una vejación con recochineo que tus socios te marquen el rumbo, aumenten la presión sobre ti y, encima, apuesten por una construcción nacional previa a la independencia. Pero es superfluo preguntarse la razón de este desatino, porque es sabida: Sánchez va a lo que va y todo lo demás, ¡zarandajas! Y es estéril, porque no sirve de nada, ya que, si este otoño se aprueban los presupuestos, la legislatura seguirá y ¡ancha es Castilla!; y si se rechazan, también seguirá. ¡Lo que veremos durante el chalaneo previo! Como dice el Cantar de Mio Cid, “cosas veredes, Cid, que faran fablar las pedras”.
¿Cómo es posible que el presidente Sánchez soporte impávido esta vejación pública?
Un segundo abrazo, este figurado, es “el abrazo de la muerte” que le ha dado el presidente Sánchez al president Illa, encargándole que viaje a Bruselas para impetrar al expresident Puigdemont el apoyo parlamentario de su partido.
Y el tercer abrazo, histórico, que ilumina todos los abrazos políticos, se narra en La cena, obra teatral del dramaturgo francés Jean-Claude Brisville. Se representó en Madrid, hace años, con Josep Maria Flotats como Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord, y Carmelo Gómez como Joseph Fouché. La obra se desarrolla tras la batalla de Waterloo, el 18 de junio de 1815, cuando Napoleón regresa derrotado a París y, dos días después, abdica a favor de su hijo y Fouché es nombrado presidente del Gobierno provisional. La acción se centra en el encuentro –una cena– que Talleyrand y Fouché, ministros de Asuntos Exteriores y de Policía de Napoleón, mantienen el 7 de julio de 1815, poco antes de que Luis XVIII acceda al trono. Aquel día, pese a odiarse, Talleyrand y Fouché ven claro que se necesitan: “Vos necesitáis mi fuerza”, afirma Fouché, y Talleyrand responde: “Y vos mi cabeza”.
A lo largo de su vida ya habían traicionado a la República, al Directorio y al Consulado. Total, ¿qué más daba traicionar a Napoleón? O sea, que ambos juraron fidelidad a Luis XVIII. El ansia de poder tiene siempre una doble derivada: la voluntad de estatus y el ansia económica. Poder, posición social y dinero. Así es desde que el mundo es mundo. Pactaron para sobrevivir en, desde y por el poder. Talleyrand dice: “Con una buena policía solo puede haber un buen gobierno, porque nadie podrá decir que es malo”. Y responde Fouché: “El poder será de la policía, de los espías, de los delatores. Este será el orden”. Reflexiones propias de quienes solo ansían mantenerse en el poder.
Ambos mezclaban los asuntos de Estado y los intereses personales, al objeto de obtener y conservar su posición y acumular riquezas. Por eso Talleyrand le dice a Fouché: “Ganemos la paz, ganemos la guerra; pero ganemos dinero”. Chateaubriand, refiriéndose a la postrera entrada en escena de ambos personajes, sentencia: “De repente se abre una puerta; entra silenciosamente el vicio apoyándose en el brazo del crimen, M. de Talleyrand camina sostenido por M. Fouché; la visión infernal pasa lentamente ante mí, penetra en el gabinete del rey y desaparece” (François-René de Chateaubriand, Mémoires d’outre-tombe).
Este episodio, que tiene un valor universal, alumbra también lo que sucede, tiempo ha, en la política española, si bien con otras maneras. Talleyrand era un inteligentísimo y sofisticado aristócrata del Antiguo Régimen, y Fouché un sobrevenido más listo que el hambre. Ambos pasados por el filtro de la Iglesia. Sabían latín. Mientras que algunos políticos españoles, sin distinción de partidos y sin “muro” que valga, sienten idéntica pulsión por el poder, la posición y el dinero, si bien encuadernada en rústica. Es lo que hay.
