Un ruso y un chino llegan a las puertas del Cielo, donde les recibe san Pedro. “Buen día, Vladímir. Buen día, Xi. Bienvenidos a la vida eterna”. Vladímir mira a Xi, perplejo. “¿Pero qué demonios es esto? Nada que ver, eso seguro, con lo que hablamos esa vez en Pekín”.

Xi: Sí, me acuerdo perfectamente. Fue en agosto del 2025, justo antes de aquel desfile militar que monté para asustar al mundo occidental. Tus palabras exactas fueron: “La biotecnología está en continuo desarrollo. Los órganos humanos pueden trasplantarse continuamente. Cuanto más se vive, más joven se vuelve, e incluso se puede alcanzar la inmortalidad”.
Vladímir: Correcto. Pero yo hablaba de la inmortalidad en la Tierra. Mi idea era seguir para siempre siendo el zar de Rusia, conquistar Ucrania, luego Europa y tener a Estados Unidos como país esclavo. Claro, Donald también tenía que ser inmortal para que eso funcionara.
Xi: Mis ambiciones eran más modestas, te confieso. Como te respondí aquella vez, me conformaba con llegar a los 150 años. Pero suficiente para seguir como líder del Partido Comunista chino y tener bajo mi mando Asia, África y Latinoamérica hasta el siglo XXII.
San Pedro: A ver, a ver. Callados, nenes. Aquí mando yo. Y ahí dentro, el jefe: Dios.
Vladímir: ¿Dios? ¿Dios? ¡Pero yo soy Dios, joder!
Xi: No. Dios soy yo. Solo pudiste continuar en el poder y con tu guerrita en Ucrania gracias a mí. Te podría haber cerrado el grifo cuando quisiera.
Vladímir: Mira, Xi. Yo soy la reencarnación de Stalin, de Vladímir el Terrible, de Pedro el Grande. El imperio ruso es el invento más glorioso de la historia de la humanidad. Era solo cuestión de tiempo para que te convirtiéramos en chow mein .
San Pedro: ¡Silencio! ¿No se dan cuenta del ridículo que están haciendo, de la absurda payasada que protagonizaron en ese planetita de mierda que el único y verdadero Dios les inventó?
Vladímir: Pero ¿quién es usted?
San Pedro: El recepcionista aquí en el Cielo, ¿no lo ve?
“Xi, estarás en una suite de dos camas con el dalái lama, el ayatolá Jomeini y la madre Teresa”
Vladímir: O sea, ¿que era verdad lo que me decían los curas, que Dios existe y que creó el Cielo y la Tierra?
San Pedro: Bueno, sí… y no. Sí que existe Dios, y sí que existe el Cielo. Pero lo de los curas, puro cuento. Si no, ¿cómo creen que dos grandísimos hijos de puta como ustedes estarían aquí?
Xi: ¡Ja! Ya sabía que aquello del mensaje cristiano era una farsa.
San Pedro: Sí, listillo. Como lo del comunismo: bonita idea; especie equivocada.
Vladímir: Pero no entiendo qué hago yo aquí. Porque –para qué negarlo a estas alturas…
Xi (se ríe): Alturas… ¡buena, Vladímir!
Vladímir: ...digo, maté a montones de niños en Ucrania, mandé a miles de mis soldados a morir como moscas, maté a Navalni y a tantos más (cosas bastante parecidas, por cierto, a las que hiciste tú, mi querido Xi). Y sí, claro, sé en el fondo que soy un pecador, y fue por eso, más que nada, que quería ser inmortal. Para evitar el riesgo de que al final existiese el Infierno.
San Pedro: ¡Qué tonto eres, rusito! No hay ni pecados, ni castigos divinos. Esto es el Cielo, el Infierno y el Purgatorio todo en uno, como El Corte Inglés.
Xi: O como China. Pero, a ver, Vladímir. Este tipo es interesante. Señor recepcionista, nos podría hacer el favor, ya que parece que lo sabe todo, de explicarnos por qué se creó el mundo y cuál es el sentido de la vida.
San Pedro: Menos mal. Un poco de humildad por fin. Vale, se lo explico. Dios creó la Tierra –como las estrellas y las hormigas y a ustedes los homo no tan sapiens – porque se aburría. O, básicamente, porque podía. No hubo ningún “gran plan”. No estaba atento a cada pelo de la cabeza de cada ser humano, como les contaba la famosa Biblia. Nunca se le ocurrió aquello de los mandamientos, de no robar, de no al sexo, de amar al prójimo y tal y cual. Fue todo una broma, una gran broma cósmica. Creó la Tierra y el día siguiente, adiós. A otra cosa, mariposa. Si se fija en vuestro planeta de vez en cuando, es para disfrutar del circo, para reírse con la comedia humana. Aunque, de verdad, tampoco se imaginó las estupideces y las barbaries de las que llegarían ser capaces. A veces, incluso, ustedes le asustan. A veces el show que montan no es tanto comedia como película de horror.
Vladímir: Bueno, mejor. Como me imaginaba, la verdad reside no en el cristianismo, sino en el nihilismo. No habrá castigo por lo que hicimos, Xi. Qué alivio.
San Pedro: ¡No tan rápido, chicos! No tan rápido…
“Vladímir, a ti te toca con Zelenski, Navalni, la madre de dos soldados rusos caídos en Ucrania y Trump”
Vladímir y Xi (nerviosos): ¿Qué? ¿Qué nos vas a hacer?
San Pedro: Pues miren, yo soy el que asigna las habitaciones en las que permanecerán in saecula saeculorum . Y también decido –bueno, Dios propone y el recepcionista dispone– con quién las comparten, incluso con quién comparten cama.
Xi: ¿Y entonces?
San Pedro: Entonces, déjenme mirar la lista… Ah, sí. Xi, tú estarás en una habitación para cuatro con dos camas junto al dalái lama, el ayatolá Jomeini y la madre Teresa de Calcuta.
Xi: ¿Cómoooo?
San Pedro: Sí, para que se entretengan los tres intentando convertirte a una de sus religiones.
Xi: ¿De verdad que el Infierno no es una alternativa?
San Pedro: Te lo dije. No existe. Invento humano, el más feo de todos.
Vladímir: ¿Y a mí quién me toca?
San Pedro: A ti, pequeño, te toca compartir una suite con Zelenski, Navalni, la madre de dos soldados rusos que murieron en Ucrania y con Trump. Los primeros tres tendrán una cama doble cada uno. Tú compartes el sofá con el loco que Dios llama “la vaca naranja”. ¡Cómo se divirtió con él, por cierto! Se reía hasta que le caían las lágrimas. Siempre decía que si “el Donald” no hubiese existido, tendría que haberlo inventado.
Vladímir: ¡Nooooo! ¡Por favor, no! ¡Me quiero morir!
San Pedro: Pero, imbécil, ¿no querías ser inmortal?