Hace dos semanas, el canciller Friedrich Merz afirmó que Alemania, núcleo de Europa, debe mirar más allá de Estados Unidos y buscar socios comerciales en otros lugares. Añadió: “Considero deliberadamente a Rusia como un país europeo. Rusia es un país profundamente europeo en cuanto a cultura, literatura, música... Todo el país está moldeado por la cultura europea”.

Rusia como parte de Europa es una idea y una tentación antiguas para algunos europeos. A principios del siglo XX, Halford J. Mackinder, director de la London School of Economics y fundador de la geopolítica moderna, situó a Rusia como “el pivote geográfico de la historia”. Concebía a Rusia como el “corazón” o la posición estratégica central para construir el llamado imperio “euroasiático”, que abarcaría desde el Atlántico hasta el Pacífico, excluyendo a América por un lado y a China por el otro mediante una alianza occidental con Japón.
Una pronta aventura hacia Eurasia fue el pacto entre la Rusia comunista y la Alemania nazi en 1939. Permitió la anexión rusa de las tres repúblicas bálticas independientes y la reincorporación de algunos territorios polacos, finlandeses y rumanos. Sin embargo, Alemania rompió el pacto dos años más tarde al invadir Rusia con la operación Barbarroja, una de las mayores acciones militares de la historia de la guerra. Esto llevó a Stalin a cambiar de bando y unirse a los británicos y los americanos en lo que se conocería como la Segunda Guerra Mundial.
Como es bien sabido, la derrota de Alemania generó la hegemonía de Estados Unidos en Europa, especialmente mediante la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la OTAN, en 1949. El océano Atlántico ya no era una barrera, sino que se había convertido en un puente y un espacio aéreo. Cuando Alemania fue aceptada como miembro, todos los asuntos de defensa y seguridad de Europa occidental quedaron en manos de la alianza euroamericana.
Un intento notorio de cambiar el rumbo fue el del presidente de Francia, el general Charles de Gaulle, quien, tratando de apoyarse en su disuasión nuclear, se retiró de la estructura de mando militar integrada de la OTAN. Presentó su medida como un primer paso hacia una Europa “desde el Atlántico hasta los Urales”, una nueva versión de Eurasia (aunque no estaba claro dónde quedarían Siberia y Asia Central). La medida fue revocada por un gobierno francés posterior.
Con la OTAN, el océano Atlántico dejó de ser una barrera y se convirtió en un puente y un espacio aéreo
En 1989, cuando el dominio comunista de Europa del Este comenzaba a desmoronarse, el líder soviético Mijaíl Gorbachov pronunció un discurso ante el Consejo de Europa en Estrasburgo en el que reiteró su propuesta de una “casa común europea” como nueva encarnación del sueño de Eurasia. Pero en los meses siguientes se abrió el muro de Berlín, los países de Europa del Este se liberaron del control soviético y, poco después, la Unión Soviética se disolvió.
El sueño de Eurasia sobrevivió como una pesadilla para algunos estrategas geopolíticos americanos. Como explicó el politólogo y ex asesor presidencial de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski en 1996: el plan de Estados Unidos para Europa tras la guerra fría consistía en eliminar cualquier vacío geopolítico potencialmente perturbador entre la Europa ampliada y la nueva Rusia mediante la expansión de la OTAN hacia Europa del Este. Aceptó que esto crearía nuevos problemas; en particular, anticipó que “Ucrania es demasiado grande, demasiado importante y su existencia es un asunto demasiado delicado tanto para Rusia como para Occidente”.
De hecho, alejar a Rusia de Europa favorecía indirectamente un acercamiento indeseado de Rusia a China. Brzezinski anticipó que “potencialmente, el escenario más peligroso sería una gran coalición entre China, Rusia y quizás Irán, una coalición antihegemónica (antiamericana) unida no por la ideología, sino por agravios complementarios. Sería similar en escala y alcance al desafío que planteó en su día el bloque sino-
soviético, aunque esta vez China sería probablemente el líder y Rusia el seguidor”.
Para evitarlo, Brzezinski resumió: “Los tres grandes imperativos de la geoestrategia imperial son impedir la colusión y mantener la dependencia en materia de seguridad entre los vasallos, conservar a los tributarios dóciles y protegidos, y evitar que los bárbaros se unan”. Hoy en día, solo algunos ideólogos solitarios, como un tal Alexánder Dugin en Rusia, persisten en el sueño eurasiático con el “eje Berlín-Moscú-Tokio”. Pero sus elaboraciones, con fuertes referencias a la religión cristiana que comparten Europa y Rusia pero no China, son más culturalistas que propiamente geopolíticas.
La fantasía de Eurasia como una alianza entre Rusia y Europa, excluyendo a Estados Unidos y China, se ha desvanecido. A pesar de las actuales crisis diarias, Estados Unidos y Europa siguen juntos, mientras que Rusia se ha acercado a China. Hemos vuelto a la polarización de la guerra fría, “el escenario más peligroso” para el geoestratega americano.
Es probable que los comentarios del canciller Merz expresasen su frustración por el estancamiento de las negociaciones sobre Ucrania y podrían ser un mensaje indirecto a Trump para que no presione demasiado a los europeos en materia de aranceles y otras demandas. La reverberación de fantasías geopolíticas puede ser intencionada. Pero las macroestructuras existentes pueden hacer que esos gestos resulten inútiles.