Suele decirse, y no sin razón, que la celebración del Onze de Setembre constituye un termómetro de la política catalana. Así ha sido, al menos, en los últimos decenios. Si el Onze de Setembre de 1976, celebrado en Sant Boi, y primero legal tras la recuperación de la democracia, fue un festejo unitario e integrador, el del 2012, que tuvo como escenario principal Barcelona bajo el lema “Catalunya, nou Estat d’Europa ” , abrió una etapa de reivindicación independentista creciente, que tocó techo con la movilización del 2014, a la que según cifras de la Guardia Urbana acudieron 1,8 millones de personas… Hasta que el procés naufragó en el 2017 y la cifra de participantes se resintió.
Desde entonces, las sucesivas manifestaciones de la Diada han trazado una curva descendente. La del año pasado, en Barcelona, reunió a unas 60.000 personas, cantidad considerable pero menor si la comparamos con la de algunas convocatorias anteriores y multitudinarias. Quizás por ello, Lluís Llach, presidente de la Assemblea Nacional Catalana, acaso la entidad más rígida del independentismo, admitía en una entrevista concedida a La Vanguardia el lunes que dicho movimiento atraviesa una fase depresiva. Según un reciente sondeo del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat, el índice de apoyo al independentismo en Catalunya queda ahora por debajo del 40%, cifra notable pero alejada de los tiempos en que rondaba el 50% y disponía de mayoría parlamentaria en Catalunya.
No ha sido fácil, tras años de gran agitación política y división en el seno de la sociedad catalana, revertir el curso de los acontecimientos y alcanzar, gracias a un esfuerzo a favor del diálogo compartido por fuerzas que antes se negaban el pan y la sal, y también la interlocución, una etapa de pacificación y estabilidad, que abre nuevos horizontes a la sociedad y la política catalanas.
El TSJC anula parte del decreto para blindar el catalán en la escuela en la víspera de la Diada
Los esfuerzos realizados en este terreno, tanto por los socialistas como por las mayores formaciones independentistas, con más o menos empeño, han sido uno de los rasgos más alentadores de los últimos años, registrados además en circunstancias adversas. Por ello resulta decepcionante que estos esfuerzos se vean empañados por decisiones como la del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya (TSJC), que precisamente en la víspera de la Diada ha anulado catorce puntos clave del decreto aprobado por el Govern en la primavera del 2024 con el propósito de blindar el catalán como lengua vehicular en las escuelas.
El presidente Salvador Illa (PSC) se manifestó ayer de modo contundente tras conocer la anulación de un decreto aprobado en tiempos de su antecesor Pere Aragonès (ERC), motivada por un recurso de la Asamblea por una Escuela Bilingüe de Cataluña, y dijo también que el govern de la Generalitat recurrirá la decisión judicial. “No permitiremos que nadie haga un uso político de la lengua –declaró– porque es lo peor que se puede hacer por la convivencia. El catalán debe seguir siendo la lengua inclusiva, transversal del país y de la escuela”. El decreto del Govern Aragonès, aplicable al régimen lingüístico de la educación no universitaria, se preparó después de que Plataforma per la Llengua publicara un estudio según el cual solo el 12% de los jóvenes utilizaban el catalán cotidianamente.
Esta situación de desventaja del catalán, así como el beneficio integrador que se deriva de su conocimiento, explica sobradamente los esfuerzos de la Administración catalana por protegerlo. Bien está que defienda también el castellano, la otra lengua oficial en nuestro territorio, pero no a costa de agravar la situación, ya precaria, del catalán.
Catalunya debe anteponer la convivencia y el bienestar colectivos a objetivos inalcanzables
Dicho esto, y pese a que las entidades independentistas que impulsan buena parte del programa de actos de la Diada –este año con tres sedes mayores, Barcelona, Girona y Tortosa– sigan centradas en su objetivo anhelado, el gran reto del Onze de Setembre de cara al futuro bien podría ser recuperar el carácter catalanista integrador que tuvo antes del procés. La fuerza de Catalunya, en términos de influencia económica y política, se ha visto muy afectada en su transcurso, por la sencilla razón de que es difícil progresar con una sociedad dividida y dirigida con más simbolismo que pragmatismo. “Ya no miramos el pasado, sino el futuro”, ha indicado Xavier Antich, presidente de Òmnium Cultural. Ese debe ser el objetivo, mirar hacia delante, hacia otro futuro. Y no para empeñarse en alcanzar objetivos que se han demostrado inalcanzables, sino para mejorar la convivencia y el bienestar colectivos en Catalunya.