la vida en Barcelona es cada vez más dura. Las manifestaciones de la pobreza se presentan con creciente asiduidad. El renacer del mercadillo de la miseria de Sant Antoni es una muestra. A pesar de que este verano el gobierno del alcalde Jaume Collboni puso en marcha un plan para frenar la degradación de este lado de la ciudad, una veintena de vendedores ambulantes se instala aquí cada vez con mayor frecuencia para ofrecer artículos rescatados de los contenedores y otros desechos. Sus clientes son cada vez más abundantes. Además, vecinos y comerciantes de la zona alertan del incremento de personas sin techo.
La verdad es que Barcelona está batiendo sus récords de personas viviendo en sus calles. Ya son unos 1.600. El Ayuntamiento dice que es otra consecuencia del encarecimiento de la vivienda y de la precariedad laboral, que muchas ciudades sufren este problema global. Cierto. Pero ello no debe servir de excusa. El Ayuntamiento ha de buscar soluciones de calado, más allá del desalojo de parques y la retirada de bancos.