Quién era Charlie Kirk

El asesinato en la Universidad de Utah de Charlie Kirk tiene gran carga simbólica. Revela el creciente protagonismo del pensamiento de derechas en la cultura norteamericana mientras pone en evidencia la irritación del progresismo. Signo inequívoco de impotencia ideológica son las reiteradas manifestaciones de violencia en los últimos tiempos (incluidos los dos atentados fallidos contra Donald Trump). Kirk quería debatir con quienes no pensaban como él. Los intentos de deformarlo con medias verdades y frases sacadas de contexto no lograrán difuminar su aportación: se atrevió a colonizar los espacios universitarios donde el tabú a la discrepancia impide el debate. Lo hacía a la manera actual, hija de las redes sociales: argumentos fulminantes, afirmaciones taxativas, eslóganes simplificadores. Kirk se presentaba en campo contrario y debatía con jóvenes progresistas, que oponían a sus palabras un catecismo de tópicos y afirmaciones de ulktraizquierda no menos taxativas y dogmáticas. Se confrontaba con ellos y a menudo los descolocaba. Este era su éxito.

Charlie Kirk speaks before he is shot during Turning Point's visit to Utah Valley University in Orem, Utah, Wednesday, Sept. 10, 2025. (Tess Crowley/The Deseret News via AP)

  

Tess Crowley / Ap-LaPresse

En los años sesenta del pasado siglo, los magnicidios de dos hermanos Kennedy y de Martin L. King revelaron la fuerza emergente de las ideas progresistas (derechos de los negros y otras minorías, feminismo y pacifismo). En aquellos años, la creciente influencia cultural de las ideas liberales (nombre que allí toma el progresismo) parecía imparable y aquellos asesinatos revelaban la impotencia ideológica de la derecha. Sus argumentos eran fósiles: era como si solo les quedara el recurso de la violencia. Lo mismo podría estar ocurriendo ahora, aunque en sentido contrario.

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Momentos del antes y el después del ataque al activista trumpista Charlie Kirk

Kirk colonizó las universidades, en las que el tabú a la discrepancia impide el debate

Las diversas corrientes de derecha que confluyen en el movimiento MAGA han estado picando piedra durante muchos años (desde el lejano Tea Party) y su discurso ideológico arraiga. En paralelo, se extiende por EE.UU., incluso entre muchos demócratas, la difusa conciencia de que el movimiento que despectivamente se denomina woke ha sido para el progresismo como un tiro en el propio pie, pues ha desmembrado en mil pedazos el sujeto social del centroizquierda, y sus excesos (dogmatismo queer, cancelaciones culturales, deconstrucción histórica) han perjudicado al país. En el caso de las universidades, este perjuicio es evidente: habían encuadrado a los mejores investigadores del mundo y ahora flaquean con cuotas, censuras y pesados condicionamientos ideológicos. De ahí que las quejas contra las imposiciones de Trump en las universidades privadas hayan obtenido un apoyo bastante más débil de lo descrito por la prensa europea, más atenta a las sesgadas narraciones de The New York Times que al latoso trabajo de contrastarlas.

Si alguien encarnaba la creciente influencia del pensamiento conservador entre los jóvenes norteamericanos era Charlie Kirk, que movilizaba a millones de seguidores, se había convertido en un líder moral, tenía fama de temible polemista y sostenía que era fácil batir a la izquierda porque “vive en una burbuja donde todos deben pensar lo mismo” y donde la discrepancia es (auto)reprimida. Su máxima aspiración era el cambio cultural en EE.UU. Y la hegemonía del pensamiento conservador. Inevitablemente, el asesinato reforzará su legado moral. La izquierda cultural española quisiera presentar la reacción de algunos personajes derechistas (Bannon, Musk, el propio Trump) al asesinato de Kirk como un capítulo más de la violencia trumpista. Pero para ello es necesario silenciar el magistral discurso de Spencer Cox, gobernador republicano de Utah: una formidable apelación al diálogo con el adversario y un elogio de la unidad y la esperanza.

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No son pocos los demócratas que empiezan a darse cuenta de que es hora de abandonar las cómodas y confortables descalificaciones genéricas: xenófobo, tránsfobo, nazi, etcétera. Saben que tienen que recuperar la capacidad de relacionarse con la realidad del malestar americano. También nosotros, los opinadores, analistas, predicadores radiofónicos, corresponsales y periodistas en general debemos recuperar la relación con la realidad, entender las causas del malestar y explicar el porqué del crecimiento exponencial de las nuevas derechas populistas. Entender y explicar es lo que nos toca, y no promover por enésima vez el recurso al miedo al retorno de los bárbaros.

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