La joya perdida del faraón

Los faraones están más que acostumbrados a los robos. Una vez muertos. Desde sus magníficas tumbas, sus Ba (esa especie de alma en forma de pájaro) han presenciado con espanto cómo sus ajuares funerarios e incluso sus momias desaparecían a manos de ladrones desalmados. Ya desde tiempos históricos. Parte de lo poco que ha sobrevivido al expolio que han sufrido sus últimas moradas se exhibe o se almacena en museos como el de El Cairo, donde, todo hay que decirlo, tampoco han encontrado la ansiada paz eterna. 

De vez en cuando alguna pieza, especialmente pequeñas joyas o amuletos, desaparece sorprendentemente de esta institución. La mayoría de ellas, según se ve, se extravían al estar mal clasificadas, otras se pierden en traslados y algunas sufren hurtos internos reconocidos.

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Máscara funeraria del faraón Amenemope

Este ha sido el último caso que ha trascendido y que ha afectado al faraón Amenemope, de la dinastía XXI, llamada Tanita porque su capital se encontraba en Tanis. En este lugar del delta del Nilo, el arqueólogo francés Pierre Montet descubrió en 1940 uno de los tesoros más importantes tras el de Tutankamón: las tumbas intactas de Psusenes I, la de su hijo Amenemope y la de Sesonquis II, además de las de tres faraones más parcialmente o totalmente saqueadas. Otra vez esos ladrones…

La cuestión es que, como si se tratara de una novela de misterio, el pasado 9 de septiembre se esfumó del museo un brazalete de oro de este faraón, Amenemope, no muy conocido, como tampoco lo era en su momento Tutankamón. Se activó entonces una investigación que ha acabado dando sus frutos, aunque llegaran demasiado tarde para la joya.

Brazalete robado

Brazalete robado del faraón Amenemope 

Egyptian ministry of tourism and antiquities

El robo tuvo lugar, según se ha informado, en un laboratorio de restauración del museo, sin cámaras de vigilancia, mientras se preparaban objetos para una exposición en Italia. El propio ministro de Turismo y Antigüedades, Sherif Fathy, habló de “negligencia” en los protocolos de seguridad. Pero no solo esto. Una de las cuatro personas detenidas en la operación es una restauradora del museo. El brazalete, de 3.000 años de antigüedad, fue vendido por unos irrisorios 4.000 dólares para fundir el oro. Y así se hizo. La joya ha desaparecido para siempre convertida en lingote.

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El caso ha indignado, y con razón, a los actuales egipcios y a cualquiera con un mínimo de humanismo entre las venas. Y ha vuelto a poner en duda la seguridad de un museo que hace años que está en tela de juicio. Veremos si el Gran Museo Egipcio (GEM), que se inaugurará el 1 de no­viembre, además de faraónico se ha ideado a prueba de ladrones y de dudosos extravíos.

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