Pasé por una tienda de flores cerca de mi casa esta semana cuyo escaparate se había transformado en una denuncia contra Israel. “Stop genocidio”, ponía. Y “Si no actuamos, somos cómplices”, y “Todos a la calle”, e invitaba a los transeúntes a dejar mensajes en papelitos de colores. Ya iban unos 50, con apuntes como “Por los niños muertos”, o “Free Palestine”, o “Me duele Gaza”.
¿Qué más, me pregunté, se puede decir sobre Gaza? Como escribía un columnista de The Times de Londres hace unos días, “hay que rebuscar en el Tesauro para nuevas formas de expresar horror, rabia, pena y repulsa”. El columnista agregó: “¿Y para qué?”. Pasa el tiempo y solo vemos una aceleración del terror, la destrucción y el uso de la hambruna como instrumento de guerra.
Un cínico diría que casos como el de la tienda de flores son pura performance, una exhibición vacua de virtud moral. Bueno, mejor tener valores que no tenerlos, mejor compenetrarse en el dolor de los otros que quedarse al margen, apáticos, como los países árabes. (Por cierto, ¿qué tal unas protestas ante las embajadas de Egipto, Qatar y Arabia Saudí?) Un israelí de a pie diría, haciéndose eco de sus líderes, que las expresiones de repudio contra Israel –como el reciente reconocimiento de un Estado palestino por varios países de Occidente– representan un brote no visto en noventa años del eterno antisemitismo que recorre el mundo.
Yo ahí haría una prueba. Si uno se refiere habitualmente a los israelíes como “judíos”, sí, de acuerdo: antisemitismo. Si no, si uno es capaz de distinguir entre unos y otros, el sentimiento es genuinamente humano.

Pero volvamos a la pregunta, “¿para qué?”. O ¿qué efectos prácticos tienen las protestas en las vidas de los palestinos en Gaza que aún no han muerto bajo los misiles y las balas del ejército israelí? Leí una columna esta semana en The New York Times de Mustafa Barghouti, un médico y político de alto perfil palestino. Refiriéndose al reconocimiento de un Estado palestino que, siguiendo el ejemplo español, anunciaron el domingo pasado el Reino Unido, Canadá, Australia y Portugal, Barghouti dijo que bienvenido sea.
“Sin embargo –agregó– en el mejor de los casos es simbolismo vacío. En el peor, una distracción de la ausencia de acción para parar la guerra de Israel en Gaza. Simplemente reconocer un Estado palestino y producir un documento con recomendaciones no hará nada para cambiar la situación”.
La vieja idea de crear dos estados, Israel y Palestina, nos suena hoy como una broma de mal gusto
Las “recomendaciones” incluyen la vieja idea de crear dos estados colindantes, Israel y Palestina, propuesta que a muchos nos suena hoy como una broma de mal gusto. En las actuales circunstancias es un sueño más imposible que mudar la población de Tierra Santa a Marte. La única solución para al menos reducir lo que Pedro Sánchez bien llama la “barbarie” de Israel es cambiar su Gobierno, lo que exige nada más y nada menos que cambiar la mentalidad de los votantes israelíes. Si se buscan resultados prácticos que minimicen el sufrimiento palestino, este debería ser el objetivo fijo de los que condenan la política de exterminio en Gaza.
Mientras la coalición de Beniamin Netanyahu siga gobernando, no hay nada que hacer. Su objetivo es acabar por completo con Gaza como espacio palestino, quizá, como propone Donald Trump, para después convertirlo en un resort mediterráneo. Y mientras Trump le siga dando luz verde a Netanyahu para hacer lo que le dé la gana, toda expresión de repulsa hacia Israel desde el exterior será menos útil, por usar una frase inglesa, que escupir contra el viento. Como dijo Yaakov Amidror, un exasesor de Netanyahu, de lo del reconocimiento de un Estado palestino por los españoles, británicos y demás: “No tendrá ni un milímetro de influencia sobre la política israelí”.
Seamos realistas. La única “influencia” que podría mejorar las circunstancias de los palestinos, o al menos minimizar el horror que sufren, es la que resulte en la caída de Netanyahu y los suyos en las elecciones parlamentarias israelíes que se deben convocar, como muy tarde según la ley, en octubre del año que viene.
Sí, un año es mucho tiempo, mucha oportunidad para matar a más niños palestinos. (Ya van 18.000, dicen la ONU y Hamas, y si Israel protesta que la cifra se exagera, pues que levante la prohibición a la entrada de medios independientes en Gaza.) Pero antes de un año nada va a cambiar. No vamos a ver el derrocamiento del Gobierno israelí. Tiene el apoyo de la mayoría, como explicó Benny Gantz, un exministro del Gobierno de Netanyahu y presidente del “centrista” partido Azul y Blanco.
Gantz escribió esta semana, otra vez en The New York Times , que existe hoy en Israel un consenso multipartidista “abrumador” en contra del reconocimiento de un Estado palestino. Lo demuestra el hecho de que el año pasado 99 de los 120 diputados de la Kneset, el Parlamento israelí, aprobaron una declaración que decía que tal reconocimiento significaría “premiar el terror” que Hamas llevó a cabo el 7 de octubre del 2023. Gantz dice que lo que políticos como Pedro Sánchez, opuestos a lo de Gaza, no entienden es lo dramáticos que son “los desafíos de seguridad” a los que se enfrenta su país.
La única esperanza a la que los palestinos se pueden agarrar es que el consenso cambie y se elija un gobierno menos dispuesto a darle el mismo valor a las vidas palestinas que a las de las cucarachas. Hoy no es posible porque el impacto del 7 de octubre, el absoluto salvajismo del ataque asesino y violador de Hamas aquel día, ha traumatizado a los israelíes y ha despertado el fantasma del Holocausto nazi. La deshumanización y la venganza han sido el resultado.
Lo único que podría mejorar las circunstancias de los palestinos es la caída de Netanyahu
Entonces, ¿qué valor real tiene el reconocimiento de un Estado palestino, las propuestas de boicots a la participación internacional israelí en actividades deportivas y culturales, las manifestaciones callejeras, los gestos de la tienda de flores de mi vecindad? Potencialmente, bastante. Vale la pena intentarlo por la posibilidad de que dentro de un año la ma-
yoría electoral de los israelíes se cansen de ser vistos como parias, emerjan de su no del todo incomprensible psicosis de odio ciego y deseen volver a formar parte del mundo humano y civilizado occidental (trumpistas excluidos) al que pretenden pertenecer.