El viernes pasado parecía que este artículo ya estaba escrito y que el protagonismo de las redes este fin de semana volvería a recaer en Oriente Próximo y, en concreto, en esta derivada occidental, el de la flotilla, que pasó a las portadas incluso por encima de la propia masacre criminal y de la paz trumpista que quizás se viene. En unos días de movilización pro Palestina en las calles y, tras una semana pasada de exaltación en la red, era previsible que el brazo digital del movimiento también agitara la coctelera para reforzar las manifestaciones, con el consecuente contrataque de la internacional netanyahuista, siempre dispuesta a repartir carnets de Hamas a todo quisque.
Pero no fue así. Maticemos: no es que el asunto no estuviera en la conversación, claro. Pero no alcanzó las cotas que se suponía que debía lograr por la importancia que tiene el conflicto y por la tensión política que desata. Incluso los informes de la UCO y las maquinarias de los partidos lanzándose Ábalos, M.Rajoys y Bárcenas ganaron muchas veces la partida del reproche.

Un usuario desea feliz día al resto
En un contexto así, en el del continuo tirarse los trastos a la cabeza, florecen con luz propia etiquetas de resistencia pasiva que siempre pasamos por alto, pero que algo de la naturaleza humana nos explican. Seguro. ¿Cómo puede ser que en medio de este campo de batalla incesante, aún nos deseemos que pasemos un feliz sábado o un feliz domingo? ¿Por qué en la patria del desprecio y la maldad que es X se cuelan relajadas tazas de café y graciosos gatitos con deseos de buenos días? ¿Qué nos dice de nosotros mismos que los fines de semana, entre diálogos absurdos de fútbol y Fórmula 1, todavía tantos conciudadanos quieran, aunque sea de forma torpe y/o cursi, mejorar nuestras horas de descanso?
Cuesta de entender que ocurra pero así es. #FelizSábado y #FelizDomingo son tendencias que siempre están ahí, en lo más alto del ranking. Imperturbables a la áspera realidad gracias a hilos eternos entre amigos. Con sus bucólicas imágenes florales y paisajísticas, y sus frases inspiradoras de Confucio o Morgan Freeman. “No siempre tiene que brillar el sol para que sea un buen día”. “Hay una forma de energía, limpia, renovable y totalmente gratuita que demasiado a menudo subestimamos: el calor humano”. “La coherencia entre lo que piensas, dices y haces contribuye totalmente a tu paz interior”. “El éxito está en el esfuerzo y no en lo que los demás piensen de ti”.
Las tendencias #FelizSábado y #FelizDomingo siempre están ahí, en lo más alto del ranking, imperturbables a la realidad
Y muchas más. Los más listos de la clase, que siempre los hay, usan la etiqueta para llevarse el agua a su molino. Para hablar de su libro, vaya. Una cuenta de viajes aprovecha para promocionar monasterios y catedrales. Un usuario nos exhibe la bandera de España más grande que ha encontrado en Google Imágenes, anticipando lo que sufriremos la semana que viene. Otros invitan a colgar enseñas tricolores en el balcón. RTVE nos coloca imágenes de sus archivos. Y las cuentas eclesiásticas nos recuerdan los santos del día, Francisco de Asís y Faustina Kowalska. Y algunos, aprovechando que el sábado era el día mundial de los Animales, sumaban a los buenos deseos sus consignas de derechos mascotistas.
Pero volvamos a la pregunta. ¿Por qué? ¿Es bondad sin más? ¿Es mera promoción? ¿Es la aspiración legítima a un remanso de paz entre tanta crueldad? ¿Es, en realidad, un grito desesperado de una sociedad cada vez más mohína y melancólica? ¿O es la cara supuestamente espontánea y popular de la “felicidad por decreto” que promueven servicios de coaching y mindfullness, y que tan bien describían Eva Illouz y Edgar Cabanas en Happycracia (Paidós, 2019)? “Sé feliz”, nos exigía ayer uno de los usuarios.
Es, en definitiva, un espectáculo empalagoso, al que uno asiste con curiosidad y fascinación. Resulta incluso enternecedor. Aunque contradiciendo todo buen gusto, es legítimo pensar que si alguien, de esta manera, encuentra la felicidad a base de refuerzos positivos por la red, pues bien empleado estará. Tampoco hacen daño a nadie... ¿o sí?