En su discurso de investidura, John F. Kennedy les dijo a los estadounidenses que no podían seguir preguntándose qué podía hacer su país por ellos, sino que debían preguntarse qué podían hacer ellos por su país. Sesenta y cuatro años después, Salvador Illa formuló algo parecido en el Parlament durante el debate de política general, cuando proclamó que debemos preocuparnos menos de lo que pueden hacer los otros y lo que toca es preocuparse más de lo que hemos de hacer nosotros.
Illa quiso distanciarse del victimismo pujolista para abrazar el realismo kennediano. En un mundo cada vez más individualista, debemos poner en valor el esfuerzo colectivo. Y a aquellos que repiten que el país no les representa, preguntarles si son capaces de representarse con dignidad ellos mismos.
El presidente catalán se aleja del victimismo pujolista y abraza el discurso kennediano
Es evidente que hay que exigir a las instituciones la máxima eficacia para mejorar nuestro Estado de bienestar, que empieza a descoserse por las costuras. Pero debemos hacerlo desde nuestra propia exigencia por ser mejores, más eficientes y más solidarios. Juraría que cuando Illa llegó a su despacho en la Generalitat debió de decir algo parecido a lo que Kennedy comentó al pisar la Casa Blanca: “Cuando llegamos a la oficina, lo que más me sorprendió fue descubrir que las cosas estaban tan mal como habíamos estado diciendo”.
Será difícil que Illa pueda aprobar los presupuestos, por necesarios que sean. La oposición utiliza los presupuestos para intentar tumbar a los gobiernos, cuando a menudo solo acaban tumbando el país. También en eso el actual inquilino de la Generalitat es especial, pues estaba dispuesto a aprobárselos a su antecesor por sentido de la responsabilidad, sin grandes exigencias. El país necesita mejorar en vivienda, educación, sanidad o servicios sociales y para ello se requieren unos presupuestos expansivos.
Illa no es un mitinero, ni un ideólogo. Es un hombre tranquilo, que aspira a ser un buen gestor. En un mundo de líderes gritones y disparatados, intenta hacer las cosas aceptablemente bien y sin ruido. No se lo pondrán fácil, a pesar de su onda de pelo kennediana.
