'A propósito de todo' son esas ideas que nos asaltan y que, al principio, parecen no tener nada que ver entre sí. En mi caso muchas veces apuntan a un mismo tema: cómo entendemos este mundo fragmentado y cambiante. Estas son tres de esta semana, breves y enlazadas como un pequeño feed.
1. Barcelona, Titanic desde 1982 (y aún flotando)
El sábado paseaba con un amigo que ha vivido mucho más tiempo que yo en Barcelona y le preguntaba si realmente creía en esa supuesta decadencia que algunos medios madrileños repiten como mantra y que corre desbocada por X y otras plataformas digitales. Me recordó un artículo de 1982 —el mismo año en que nací— publicado en El País por Félix de Azúa. El título era implacable: “Barcelona es el Titanic”. Una lista de agravios apasionados resumidos en una frase: “Ya todo pasa en Madrid”.
Lo curioso es que, en estos 43 años que compartimos el artículo y yo, y pese a haber dado por moribunda a la ciudad, llegaron los 90 olímpicos, los 2000 tecnológicos, el Mobile Congress, el Primavera Sound o el Sónar, verdaderos referentes mundiales.
Quizá lo que se repite no es la decadencia de Barcelona, sino la mirada interesada, o más bien, la nostalgia del que añora su propia juventud.
Aunque algunos creen que todo lo que amamos termina pareciéndonos peor, lo que suele ocurrir es que todo lo que amamos acaba cambiando.
A veces, incluso más —y mejor— que nosotros. Y esa es la señal de que sigue vivo.
Si Barcelona era un Titanic en 1982, bendito Titanic.
2. La lámpara o la caja
Ojeo Vida 3.0, de Max Tegmark, y constato que en torno a la inteligencia artificial se agitan dos ficciones: la lámpara del genio de Aladino y la caja de Pandora. O, como escribió Umberto Eco en los sesenta, los apocalípticos e integrados: los que temen el cambio y los que lo abrazan. La historia de la tecnología siempre ha ido acompañada del miedo. La imprenta iba a destruir la memoria; el ferrocarril, a dañar el cerebro; internet, a acabar con la vida real. Ninguna de esas profecías se cumplió: las tecnologías no destruyen, transforman. Nos obligan a adaptarnos y, al final, amplían nuestras posibilidades. La IA es otro capítulo del mismo patrón: genera miedo porque altera equilibrios, pero abre más oportunidades que riesgos. Los peligros existen, sí, pero también la posibilidad de resolver —por fin— los grandes desafíos de la humanidad.
A los apocalípticos de cada época solo cabe darles un consejo: tomen notas, porque dentro de unos años la tecnología que hoy temen será la misma que defenderán con nostalgia. Cuando lean la primera noticia de que a un bebé le han implantado un chip al nacer, añorarán el miedo que les daba ChatGPT.
3. Diez Oscar o nada
Sigo impresionado con la última película de Paul Thomas Anderson, 'Una batalla tras otra', que vi anoche. Osada, salvaje, certera, divertida y —me atrevo a decir— necesaria. Seguramente a Trump no le gustará lo más mínimo y defenderá que Hollywood está en decadencia. Habrá que ver si la Academia se atreve a darle los diez Oscar que merece o se amilana para no premiar una oda a la resistencia de Estados Unidos frente a los poderes fácticos que lo gobiernan en la sombra.
La película, además, describe con mucho humor la paradoja de querer ser un líder revolucionario y, al mismo tiempo, un buen padre: “Te quise proteger de todos los errores que tu mamá y yo hemos cometido contigo, hija, pero me he dado cuenta de que eso es imposible”. Y remata con una frase que arranca carcajadas y reflexión: “¿Sabes lo que es la libertad? No tener nunca miedo, como hace Tom Cruise”. El público ríe, pero debajo de la risa hay algo serio: esa frase encierra todo lo que estamos perdiendo, la fe en que aún podemos elegir sin miedo.
Si Trump piensa que esto es cine decadente, empiezo a pensar que lo que llamamos decadencia es, en realidad, el nombre elegante que le damos a cualquier cambio que no controlamos. Y, como en toda buena película, solo quien se atreve a mirar el siguiente plano descubre que aún hay historia.