En política, igual que en física, rige la ley (extrema) de la gravedad. Lo que sube en exceso, antes o después, desciende. Y quien vuela sin tomar precauciones corre el riesgo de estrellarse de forma súbita. Moreno Bonilla, desde luego, no es Ícaro. Su pharmacos –la colina desde la que, según Robert Graves, los antiguos cretenses arrojaban a personas al mar ataviadas únicamente con alas de perdiz– no es tanto un precipicio como la estabilidad (política y social) lograda tras seis años de gobierno de las derechas en el Sur de España.
La grave crisis provocada por los errores y las evidentes negligencias encadenadas en la gestión de las pruebas de cribado de cáncer en la sanidad andaluza ha quebrado, de forma más intensa que nunca, esta sensación de imperturbabilidad que acompañaba al inquilino del Quirinale desde que en las navidades de 2018 se produjera el eclipse socialista y la Junta cambiase de signo político.
Conviene, sin embargo, no exagerar las cosas: el campo de minas en el que se ha convertido la sanidad en Andalucía no tiene que llevarse por delante la hegemonía del PP en el Sur, aunque sí pone en riesgo su mayoría absoluta porque –antes de que saltase este affaire– la holgura electoral de 2022 ya se había convertido en pasado.
El presidente de la Junta de Andalucía, Moreno Bonlla
Moreno Bonilla alcanzó hace tiempo su techo electoral en el Sur, ampliado a lo largo de este último lustro, en el que el PP andaluz ha sido capaz de navegar su mayor contradicción: capitalizar un cambio político que nunca ha llegado a ser tal. Sustituir en el poder al antiguo PSOE del Sur –andalucista, clientelar y paternalista– y, al mismo tiempo, meter en un cajón todos los proyectos de reforma defendidos históricamente por la derecha liberal.
El presidente de la Junta no parece un político populista, pero lo es de una manera –la propiamente meridional– donde las cosas no se muestran directamente ni se declaran. Hay que vislumbrarlas. Al margen de la propaganda partidaria, en la que incurren con entusiasmo tanto su gobierno como la oposición, nadie puede negarle que desde que calibró el riesgo cierto de un levantamiento social por el grave deterioro sanitario –una especie de 11M a menor escala– el presidente de la Junta, en lugar de esconderse o ponerse de perfil, decidió enfrentar esta crisis política en primera persona, sin recurrir a subalternos ni guarecerse con cortafuegos.
Concentración multitudinaria de personas, en su mayoría mujeres, protestando por la crisis de los cribados ante la sede principal del Servicio Andaluz de Salud (SAS) en Sevilla.
El Quirinale gestionó francamente mal los primeros compases de la crisis. Minimizó los hechos, denominó “campaña política” a lo que era una protesta ciudadana justa y pensó que el vendaval amainaría enseguida. No pensaba sacrificar a la consejera de Sanidad porque se intuía que esta crisis sanitaria podría ser larga y extenderse a otras patologías distintas al cáncer, dado el atasco en la mayor parte de los diagnósticos del Servicio Andaluz de Salud (SAS).
Todo cambió cuando San Telmo se dio cuenta de que, aunque la oposición de izquierdas y Vox avivasen las protestas (por motivos coincidentes), el malestar no se circunscribía al ámbito político, sino que era social y, sobre todo, transversal. Las llamadas del Quirinale a los medios de comunicación para censurar que usaran el término “error” en sus crónicas –una injerencia que casa mal con la libertad de prensa y el discurso conciliador de San Telmo– evidenciaban la falta (inicial) de reflejos: ¿Si no había habido ningún error por qué entonces el presidente andaluz pedía disculpas a las afectadas?
Moreno optó por acelerar los tiempos. Dejó caer a su consejera de Salud –la tercera en estos seis años– y anunció una reforma a fondo de la asistencia sanitaria de la que todavía sólo se conocen detalles parciales, que no va a ser abordable en lo que resta de legislatura y que tampoco resuelve el problema de fondo: cientos de miles de ciudadanos con enfermedades –entre ellas, el cáncer– no han sido diagnosticados todavía por el SAS ni van a serlo a corto o medio plazo. Todos habitan en una suerte de purgatorio sanitario.
La tercera consejera de Salud de Moreno Bonilla, Rocío Hernández, cesada por la crisis sanitaria de los cribados de cáncer
El presidente de la Junta ha capeado el temporal lo mejor que ha sabido hacer. Ha logrado retomar la iniciativa política y hacer que el discurso de la oposición comience a sonar redundante (en términos estrictamente mediáticos). La tensión ambiental ha descendido, pero la inquietud social no ha desaparecido. Queda evaluar cómo afectará esta crisis a su imagen personal (Moreno Bonilla es un político afable, sonriente y educado, pero alérgico al riesgo e inmóvil a la hora de gobernar), que pensaba amplificar fuera de Andalucía con vistas a una hipotética sucesión de Núñez Feijóo en Génova.
Esta incógnita no se despejará hasta las elecciones regionales. Lo que acaso haya aprendido Moreno Bonilla, quizás no así su círculo del Quirinale, poco acostumbrado a la contestación social, es que el exceso de escabeche (la decisión de no cambiar nada del legado del PSOE), que ha sido el eje de estos seis años de mandato, puede provocarles a una indigestión. El presidente de la Junta ha estado durante estas semanas a punto de vivir su ‘momento Mazón’.
No reformar la situación estructural de la sanidad andaluza no es neutral en términos políticos. En cualquier momento puede hacer volver a estallar la estabilidad institucional de la que tanto presume el presidente de la Junta y llevárselo por delante. Su mensaje de nuevas reducciones de impuestos –que la Junta ha extendido a supuestos frívolos, como el gimnasio o las mascotas– casa bastante mal con las verdaderas necesidades sociales de Andalucía.
También es contradictorio, como hace San Telmo, quejarse de la falta de médicos en las bolsas de contratación habiendo autorizado hace ya seis años –y mantenido hasta ahora– la doble actividad profesional de los médicos de las plantillas del SAS, que compatibilizan su generoso salario público (entre 50.000 y 98.000 euros anuales de media) con sus negocios particulares o el sueldo paralelo que reciben de hospitales privados, sin que la Junta haya querido regular este notable conflicto de intereses.
La gran lección política de esta crisis es simple. La realidad, antes o después, siempre se impone a la mejor propaganda institucional. La prosperidad virtual de Andalucía que vende sin cesar el Quirinale es un espejismo. No es probable que haya una segunda oportunidad. O Moreno Bonilla reforma a fondo la sanidad pública en el Sur o su baraka política habrá terminado. Para siempre.

