En España todo lo nuevo place

EL RUEDO IBÉRICO

En España todo lo nuevo place
Catedrático de Geografía Humana de la UV

Valladolid. Museo Nacional de Escultura. Colegio de San Gregorio. El día es soleado, mientras en el Mediterráneo el cielo no se ha cerrado en una semana: vuelca su contenido sobre quienes nos reíamos de su mudanza y con ello saltan por los aires los modelos predictivos que los manuales de climatología ya no son capaces de explicar. El cielo parece empeñado en abatir lo dado por sabido. En Valencia la palabra llover se confunde con la de llorar. ¿Lloverá en València cada aniversario de la dana? ¿Llorarán las nubes cada vez que se acuerden de nuestros 230 muertos?

En este ambiente paradójico de sol castellano y lluvia mediterránea, entro en la sala tercera del imponente museo vallisoletano. Me acerco al panel que nos da la bienvenida y leo una frase que me golpea: “En este ambiente de arcaísmos, tanteos y audacias, una repetida fórmula española condensa las tendencias que dominan el siglo XVI: ‘Todo lo nuevo place’”. El texto parece escrito para la actualidad.

opi 4 del 18 octubre

  

Perico Pastor

Las tres dimensiones de la situación política y social actual se hallaban representadas en el inicio del siglo de oro hispánico: entre arcaísmos, tanteos y audacias andaba el juego. Ayer y hoy. Y se nos exige una respuesta. Este texto introduce el tesoro artístico conservado de Alonso de Berruguete (ca. 1489-1561). Más allá de la figura de este artista inconformista, nacido tres siglos antes de su tiempo y que fue descrito como “melancólico saturnino, airado y mal acondicionado, que pinta terribilidades y desgarros”, me detuve un buen rato cavilando sobre el sentido de aquella frase: en tiempos de arcaísmos, tanteos y audacias, la respuesta del momento no fue el retroceso, sino la apertura; no fue el repliegue, sino lo novedoso; no fue la monolítica expresión de un ideal, sino la riqueza y variedad de formas y principios.

El arte en la España del XVI estaba tensionado por condicionantes que, si bien podían empujar a la regresión, también estimularon la adopción de ideas que permitían la tentativa y sustentaban voluntades y personalidades que emancipaban a aquellas Españas de lo pretérito. Contra el belicoso “Santiago y cierra, España”, la frase “En España lo nuevo place” se erigía en banderín de enganche de la apertura al mundo y del protagonismo hispánico de las siguientes décadas.

¿Qué Castilla hubiera nacido de aquel XVI si no se hubiera dejado entrar a florentinos como Rabuyante, franceses como Pierre Picart, flamencos como Arnao de Bruselas y Antonio Moro o borgoñones como Vigarny o Juan de Juni? ¿Qué corona de Aragón, y específicamente qué reino de Valencia, hubiéramos conocido si se hubiera cerrado la puerta a Paolo de San Leocadio o a Francesco Pagano o a discípulos de Leonardo Da Vinci? ¿Qué Museo Nacional de Escultura tendríamos en Valladolid si no se hubiera permitido formarse a Berruguete en Florencia y a Machuca en Roma? Curiosamente, quienes apuestan hoy por la recuperación de las glorias imperiales, de los tercios y las picas, o sueñan con la salida de la Unión Europea, olvidan que no fue a través de un “Santiago y cierra España” como le vino su fortuna, sino mediante el ideal de lo nuevo.

En tiempos de arcaísmos, tanteos y audacias, la respuesta no es el retroceso, sino la apertura; ayer y hoy

La valentía de una parte de la España del siglo XVI fue justamente la de abrirse al mundo, a los gustos estéticos europeos, a sus diferentes realidades y sentimientos, a incorporar, con tanteos e inseguridades, una irresistible delectación por las tendencias más avanzadas del momento. Quienes en ese siglo se refugiaron en la “conservación residual del sistema” (frase antológica de aquel panel que me traslada directamente a 2025) no hicieron más que reproducir las formas mil veces repetidas del figurativismo tardogótico o ajustar su pincelada o golpe de gubia al sabido realismo flamenco. En cambio, quienes pasaron a la historia fueron los audaces que asimilaron con entusiasmo el ideal renacentista y se atrevieron incluso, con descaro fresco y osado, a seguir la vía del manierismo ­italiano.

El profesor Massimo De Carolis, que enseñó filosofía política en la Universidad de Salerno, acaba de publicar un libro con un título inquietante que traduzco: Refeudalización. La mutación que está desintegrando las democracias occidentales . Su tesis apunta a que solo hay dos salidas a nuestra situación actual, plagada de arcaísmos, tanteos y audacias: la refeudalización o, interpreto yo, la reconstitución de un ideal renacentista sobre una nueva dimensión reformulada, de cinco conceptos que lo definieron: el mercado, la burguesía, una nueva estructuración social, las ciudades y una reforma monetaria. ¡Y los ideales artísticos!

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De Carolis apunta a una necesaria “visión planetaria” que reaccione ante el riesgo de neoinfeudación que nos amenaza. En otras palabras, estamos llamados a reaccionar ante el nuevo/viejo contrato de vasallaje y dependencia que determinados líderes mundiales públicos y privados nos ofrecen, contrato que desequilibra los conceptos de obediencia y de protección, de vida y de trabajo. El profesor salernitano advierte que nos la jugamos justamente en el ámbito de la relación con el poder y que es preciso hacer frente a la sumisión voluntaria y a la profesión de una fidelitas al poder mismo a cambio de su supuesta protección ( beneficium ), pues siempre estaremos en deuda con él temerosos de su fin o de su retirada unilateral.

Me pregunto, boquiabierto ante el magnífico retablo mayor de San Benito el Real, qué museo estaría visitando en este día de octubre si Alonso de Berruguete se hubiera plegado al cierre de España y hubiera así traicionado su ideal de una obra de arte total, vociferante, violenta, desafiante e increíblemente moderna y europea.

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