Francia no inventó el funambulismo, cuyo origen hay que buscarlo en la China o en la Grecia antiguas, pero sí es la cuna del funambulista más mediático: Philippe Petit, el hombre que en 1971 cruzó de una torre de Notre-Dame a otra a través de un simple cable y que tres años más tarde repetiría su temerario paseo entre las Torres Gemelas de Nueva York. Ya retirado, Petit proyecta su sombra sobre el actual presidente, Emmanuel Macron, un funambulista de la política que se mantiene apenas en pie sacudido por las embestidas de una crisis política, económica y social que tiene en vilo a media Europa.
Pues bien. En este escenario, solo le faltaba al presidente desayunarse con la noticia de que a 20 minutos a pie de su residencia, en el Museo del Louvre, una banda de ladrones había echado el guante, en domingo y a plena luz del día, a las mismísimas joyas de la corona. Literalmente.
La corona de la emperatriz Eugenia de Montijo
La ministra de Cultura, Rachida Dati, en el papel de la víctima (el Estado francés), se apresuró a decir lo habitual en estos casos: que el robo había sido obra de delincuentes profesionales que sabían muy bien lo que hacían. En esta sociedad en que necesitamos poner nombre a todo, lo que hizo Dati fue recurrir a lo que la psicología denomina la hipótesis de atribución defensiva . Es decir, dio todo el mérito al otro (los quinquis) para defender a los responsables del Louvre y a ella misma de posibles acusaciones de incompetencia.
En pleno apogeo de la falsedad digital, es vital preservar el patrimonio que nos define
Pero la verdad es que, por la información disponible, el robo de ayer no evoca precisamente la sofisticación de Àrsene Lupin o el glamour de los protagonistas de Ocean’s Eleven. Los ladrones subieron por una grúa de mudanzas blandiendo motosierras, se llevaron piezas “de valor inestimable” pero se dejaron el mítico diamante Regent y, en la huida, se les fue al suelo nada menos que la corona de la emperatriz Eugenia, adornada con 1.353 diamantes y 56 esmeraldas. “¿Y ese ruido, se te ha caído algo?”. “Tú acelera y luego te cuento”.
Más allá de saber cómo afectará esta nueva calamidad al presidente-funambulista que ya ha visto arder Notre-Dame en su mandato, la noticia suscita dudas renovadas sobre la seguridad del patrimonio artístico, ahora que, en pleno apogeo de la falsedad digital, es más necesario que nunca preservar aquellos objetos que definen –para bien o para mal– nuestra civilización.

