Veo más cosas a través de la pantalla en un día que lo que la gente veía antes en años de vida. Tantas novedades pasan ante mí que me he acostumbrado a la sobreestimulación hasta el punto de que ahora son pocas las situaciones que me sorprenden. La abundancia de novedades, aparentemente fascinante, ha convertido el descubrimiento en rutina.
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Sé de qué fenómeno se trata. Lo he encontrado. Se llama infoxicación.
La esperanza para superar este estado de ni fu ni fa era que Rosalía apareciera en Callao con los 88 millones de euros en joyas que había robado en el Louvre. Se me sale el corazón cuando intuyo un collar bajo la camisa de fuerza que lleva en la portada de su nuevo disco. Falsa alarma. Es un rosario. No ha sido ella.
La presentación que hizo Rosalía de Lux fue una gran operación de marketing. Le agradezco el esfuerzo por entretenerme. No es que la misa fuera aburrida. Tenía el aliciente de que la oficiaba una mujer por primera vez en la historia. Pero cada nueva situación que provocaba la cantante competía con muchas otras. Y, ante una multitud de impactos, el abobamiento se desvanece.
Cero excitación. Ni por la aureola teñida en el pelo de Rosalía –hasta la coronilla de que sus incondicionales hayan tardado menos de 24 horas en replicarla en TikTok-, ni por la tipografía de Lux, que ha tomado prestada de Pixar, ni por el autoabrazo de la portada a lo Sade en el disco Love Deluxe, ni por el tratamiento divino de “la elegida” en las redes por parte de sus fans.
También fue nula la sorpresa por el cigarrillo que fumaba, pese a que en longitud superaba a la combinación pitillo más boquilla de Cruella de Vil, o porque emulara a Sor Citroën al volante y luego, en Callao, a Puigdemont corriendo para llegar al escenario del Arc de Triomf.
Pero la cosa viene de antes, con el robo en el Louvre. A la sobrecarga de información le sigue la sobrecarga de comentarios, debates, tertulias. De bromas, que se agradecen, pero estoy infoxicado.
“Estoy muy emocionado. Esto es un delito de verdad, no una estafa de criptomonedas aburrida gestionada completamente desde una silla”, dice @gonebabygone. “¿Un ‘rompa el escaparate y lléveselo' en el Louvre? ¿Dónde está el respeto? ¿Dónde está el arte, la maestría? Cava un túnel, usa un espejo para reflejar un láser, hazte pasar por un vigilante o algo así. Pero no seas aburrido”, contradice @michaelmorrisson.
La cuestión me atrae menos que el debate sobre si hay que dejar de marear el reloj. Soy del equipo de @MarquitosParis: “El problema no es el horario de verano ni el de invierno, es el horario laboral”.
Pero soy mucho más de la opinión de Cillian Murphy. Ya saben, del actor que encarna a J. Robert Oppenheimer. “Me gusta estar en casa. Mi vida es muy sencilla. Leo muchos libros. Miro muchas películas. Escucho mucha música. Paseo al perro. Cocino con la familia. Soy aburrido”. De la sobrecarga a la descarga. Ser rebelde hoy en día es ser aburrido en un mundo de exceso. Cuanto más lo seas, menos interesada estará la gente en ti. Así que mejor que mejor.
En todo caso, no sufran. Seguro que este estado es temporal. Saldré de la indiferencia y me indignaré cuando Almeida multe a Rosalía por la misa y cuando se confirme que el autor material del robo en el Louvre es el Real Madrid.

