Alejandro Magno y César, Napoleón y el duque de Wellington... ¿Carles Puigdemont y Vinícius Jr., vidas paralelas? Las últimas 24 horas del panorama patrio permiten conectar dos figuras antagónicas, pero unidas por un impulso muy humano: la necesidad de llamar la atención. Como sea...
Hay gente aficionada a los estropicios. Entre hacer las cosas como todo el mundo y causar un estropicio, su naturaleza les lleva a lo segundo, caso de Zipi y Zape, Laurel y Hardy y el excandidato a Balón de Oro y el expresidente de la Generalitat, siempre enrabietados, uno porque no le pasan la pelota o porque le sustituyen y otro porque Catalunya sigue adelante pero su reloj se detuvo allá por el 2017 (bastaba escucharle ayer del 1-O).
El clásico y el show de Junts en Perpiñán certifican el engorro del espectador, cada vez más fatigado por el afán de protagonismo de dos estrellas instaladas en el berrinche. No entienden que a uno se le está pasando el arroz sobre el césped y el otro es un jarrón chino de esos que ni sus compradores saben dónde colocar, ahora que los televisores son planos y no permiten exponer la torre de Pisa, la Moreneta o una flamenca.
Yo ya entiendo su drama. Media España escogió a Vinícius como símbolo de la lucha contra el racismo en el deporte y media Catalunya confió en un periodista para guiar al pueblo elegido a la independencia sin más luces que la improvisación, una de las pocas virtudes de nuestro oficio.
Vinícius y Puigdemont gustan del estropicio pero no entienden por qué ya nadie los aclama
Las masas reclamaban el Balón de Oro para Vinícius, las masas viajaron a Waterloo para dar aliento eterno a Puigdemont –¡ya podían haberle dado un chalet en la Costa Brava!– y ahora los han abandonado, sin que ellos puedan entender las causas.
El Santiago Bernabéu es el templo de Mbappé y el Arc de Triomf de Barcelona, el memorial del penoso regreso a casa del exiliado que más ricamente ha vivido en la historia de los exiliados españoles. Penoso por su segunda tocata y fuga, penoso por la pobre asistencia, reflejo de indiferencia. Mala suerte, Tarradellas solo hubo uno.
Dos egos sin juguete y una súplica: que les den algo con tal de que no sigan dando la nota.
