Andalucía, el dios Jano y el síndrome del ‘horror vacui’

Cuadernos del Sur

En política los espacios vacíos se ocupan. Y el quietismo, más pronto que tarde, termina pagándose. Se trata de una infalible ley natural. Aristóteles sostenía que la Naturaleza no toleraba el espacio vacío y don Luis de Góngora (y Argote), poeta meridional, era incapaz de escribir un verso sin un cultismo, del mismo modo que los geógrafos antiguos –los señores de los mapas– recurrían a su inventiva y a las obras de la literatura fantástica para, dado que las expediciones marineras sólo conocían con certeza la costa de un nuevo territorio, rellenar con alegorías sus representaciones en dos dimensiones.

El vacío siempre es un interrogante, una ausencia, una duda. Igual que la muerte. El PP andaluz, que lleva ya un mes inmerso en un colosal ataque de nervios por la crisis política causada por el deterioro sanitario, sigue preso de estas metafísicas, aunque sus dirigentes, más que la lógica, hasta ahora sólo hayan utilizado el estómago, que es el órgano del cuerpo donde el sabio Avicena situaba a la bilis amarilla que –según la ancestral teoría de los humores– es el indicio más habitual de una identidad colérica.

La analogía es pertinente porque la Junta, desubicada a ocho meses de las elecciones de 2026 por el escándalo de los cribados de cáncer de mama, no ha mostrado –con la excepción de su presidente– excesiva empatía con las miles de mujeres afectadas, acusándolas de intereses políticos y de profesar un obsceno partidismo.

Antonio Sanz (izquierda), consejero de Presidencia y Sanidad, Moreno Bonilla y, detrás suyo, el portavoz parlamentario del PP, Toni Martín

Antonio Sanz (izquierda), consejero de Presidencia y Sanidad, Moreno Bonilla y, detrás suyo, el portavoz parlamentario del PP, Toni Martín

JULIO MUÑOZ (EFE)

Tras la nefasta gestión inicial de la controversia, Moreno Bonilla optó por liderar la respuesta política de forma personal y directa. Ordenó destituciones –camufladas mediante dimisiones tanto políticas como técnicas–, ensayó disculpas públicas y prometió más dinero y recursos. Pero aún no ha conseguido enderezar la situación.

La hoguera de la indignación social, que es la pesadilla más temida por el PP desde que gobierna Andalucía, persiste. Y las afectadas, antes de reunirse con el presidente, han preferido manifestarse ante el Palacio de San Telmo, después de haber logrado –con sendas denuncias a las que seguirán muchas más demandas individuales– que la Fiscalía haya abierto diligencias.

El caso se ha convertido ya en una crisis integral de credibilidad del Servicio Andaluz de Salud (SAS). Y parte de la responsabilidad es del Quirinale, que actúa de forma contradictoria. Por un lado, niega la mayor; por otro, admite que la sanidad pública no funciona bien. Un día censura a la asociación de mujeres que ha destapado las irregularidades de militancia política y, al siguiente, se molesta porque sus representantes no se desvivan por reunirse con Moreno.

Estos cambios de opinión, fruto de un criterio cambiante en el que influyen demasiado los sondeos electorales, que desde hace seis meses ya no garantizan al PP la mayoría absoluta obtenida en 2022, prosiguen, evidenciando que San Telmo está nervioso e inquieto ante las consecuencias políticas de esta crisis súbita, que coincide con el primer aniversario de la tragedia de la gota fría en Valencia y el anuncio del adelanto electoral en Extremadura.

Moreno se vio obligado esta semana incluso a corregir a su portavoz parlamentario –Toni Martín– después de que éste calificara como “un absoluto fracaso” la manifestación ciudadana celebrada ante las puertas de San Telmo el pasado domingo, que describió como “un acto político de la izquierda y de los sindicatos”.

“Nunca es un fracaso que los ciudadanos se manifiesten libremente: eso siempre es un éxito”. El presidente de la Junta muestra mucho más olfato (político) que sus colaboradores, aunque su estrategia no deje de ser una persistente puesta en escena.

Manifestación en las puertas del Palacio de San Telmo de Sevilla, sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía, por el deterioro de la sanidad

Manifestación en las puertas del Palacio de San Telmo de Sevilla, sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía, por el deterioro de la sanidad

JULIO MUÑOZ (EFE)

El Quirinale se está comportando en esta crisis igual que Jano, el dios romano, señor de los comienzos, de las puertas y de los finales. Una deidad bifronte que era invocada por el pueblo de Roma a la hora de hacer sacrificios por su capacidad para contemplar –gracias a sus dos caras– el pretérito y el porvenir de forma simultánea.

Si San Telmo mira al pasado lo que encuentra son las históricas revueltas ciudadanas en contra de los recortes sanitarios decididos

por la vicepresidenta Montero –ahora candidata de los socialistas a la Junta– durante sus años como consejera en Andalucía.

Si, en cambio, avista el horizonte (electoral) lo que vislumbra es un retroceso lo suficente agudo como para que Moreno Bonilla pueda depender de nuevo de Vox. Ninguno de ambos escenarios es bueno. De ahí que el Quirinale no sepa si esta crisis sanitaria es el final de la baraka del presidente –la pieza maestra que sostiene el arco de la hegemonía de la derecha en el Sur de España– o el comienzo de un ciclo político distinto. O ambas cosas juntas.

Las promesas de Moreno colisionan, igual que un barco zarandeado por la violencia del mar en un naufragio, con la realidad. Tras siete años evitando cualquier proyecto reformista en Andalucía, donde no ha habido cambio político, sino una simple sustitución, el presidente carece de la necesaria credibilidad cuando promete que va a abordar una remodelación a fondo del sistema sanitario.

Grabado con las distintas representaciones del dios Jano

Grabado con las distintas representaciones del dios Jano

Bernard de Montfaucon

Tampoco es que tenga tiempo: los comicios andaluces están ya a la vuelta de la esquina y cualquier posible adelanto electoral en Andalucía –una tesis que Génova hasta ahora veía con buenos ojos– sería en estos momentos una absoluta temeridad. Hay tormenta.

Moreno tiene que agotar la legislatura –la única excepción a esta regla sería que Pedro Sánchez adelantase las generales tras perder el apoyo de Junts o forzado por el PNV– porque necesita tiempo para reconducir la situación y contener los daños. Su primera decisión –

delegar la consejería de Salud en su número dos, Antonio Sanz, titular de Presidencia– no ha ayudado mucho en la tarea.

Su designación, descarte de un gobierno donde no hay profesionales de prestigio y sus miembros son mayoritariamente cuadros del partido, sin casi experiencia laboral en el mundo real, denota que al presidente no es que le falte banquillo. Es que no tiene equipo.

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Sanz, hombre histórico de confianza de Javier Arenas, actúa como si el PP todavía estuviera en la oposición en lugar de gobernando desde San Telmo. Ha acusado a las mujeres afectadas por la crisis de los cribados de propagar bulos –un argumento que cuestiona tanto su independencia como la decisión de la Fiscalía de admitir a trámite sus denuncias– y ha ordenado a médicos del SAS –a través de videos en redes sociales– desmentir a la asociación denunciante.

El agresivo plan de autodefensa del Quirinale, impropio de una administración que sabe perfectamente que el colapso sanitario cuesta vidas, contrasta con la actitud de un Moreno Bonilla que no deja de escenificar una humilitas que sus propios colaboradores predican pero no practican. A San Telmo le conviene decidir pronto qué papel desea representar en el trágico teatro de los cribados.

Los ciudadanos pueden entender los errores y hasta disculpar, en un acto de generosidad, ciertas negligencias. Lo que no van a tolerar nunca –porque es un hecho intolerable– es que por la mañana sea el presidente de la Junta quien les pida disculpas y haga ante ellos un

acto de contrición y, por la tarde, su número dos califique como activistas del PSOE y autores de bulos a quienes exigen soluciones.

Jano, cuya fiesta religiosa coincidía con la celebración de la Agonia romana, podía –sin moverse– mirar hacia Levante y Poniente. Si el Quirinale, la colina cuyo nombre primitivo era Agonus, continúa sin rumbo e improvisando cada día su carta de navegación su travesía electoral va a convertirse –si es que no lo es ya– en una tempestad

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