Escuchamos por radio la queja de una catalana cuya madre, trabajadora doméstica, lleva tiempo esperando la pensión de viudedad. El trámite inicial, en Suiza, donde se casó, le ocupó tres días. En España lleva ya trece meses. Es el caso del Vuelva usted mañana relatado por Larra hace dos siglos. Desesperada, la mujer denuncia esa tardanza a la policía, quien le dice “no es aquí” y le aconseja llamar a un popular programa de radio. Larra se lo perdió.
Ya sabemos que un caso no confirma nada, pero ilustra. Como el de una pariente fallecida en Madrid hace más de dos meses y cuyo certificado oficial de últimas voluntades por parte del Ministerio de Justicia aún está por llegar, con los consiguientes perjuicios económicos de los familiares, que deben asumir los gastos de la finada y aún sin saber si ellos forman parte de su testamento.
Tras superar tres veces el plazo legal de entrega, e insistir otras tantas reclamando dicho documento, la respuesta ha sido cada vez la misma: “Le pedimos disculpas por la demora en la obtención. Le informamos de que su certificado se encuentra en trámite”. Este caso tampoco confirma, pero ilustra, también.
La administración, lo saben gestores, abogados, lo sabe todo el mundo, presenta a veces demoras inaceptables. Véase la de justicia y ya no se hable de los retrasos en otros asuntos: listas de espera, ayudas, ingreso mínimo vital, becas… La demora de la administración pública es una injusticia. Hacienda, en cambio, actúa al segundo, como el bocinazo del coche de atrás al cambiar la luz en verde.
Pero en realidad no falla la ley, ni las instituciones, ni los medios técnicos disponibles. La administración electrónica es un avance. Ni falla el funcionariado, por lo general eficiente y muy atento. España ya no es el “ viejo país ineficiente” del poema de Gil de Biedma. Lo que falla es la práctica de la gestión. A la administración pública le afecta cierta mala praxis, por la inexistencia o inefectividad de normativas que creen o refuercen los hábitos y costumbres de coordinación entre servicios, de diligencia y de transparencia.
No es una cuestión de presupuesto, sino de comportamiento. Nuestras políticas públicas no se merecen los fallos de eficiencia general. Deben estar comprometidas con los procesos de calidad a la hora de su aplicación. Tiene un solo título: ética de la gestión pública. Larra se quejó del “ vuelva usted mañana”. Pero a veces se vuelve a un lamento anterior: “ Siempre mañana y nunca mañanamos” (Lope de Vega).
