La política, las urnas y la calle

En las calles no se hace la política por muchas manifestaciones que protesten legítimamente contra un gobierno o una ley que se considere injusta. La política se hace en las instituciones, insistía el general De Gaulle. Pero gobernar contra la calle es una temeridad que acaba empujando hacia el abismo a quien ostenta el poder.

La política no se reduce a ganar elecciones ni a ocupar despachos. Evidentemente, la autoridad nace de las urnas, pero se sostiene en el pulso vivo del día a día, y cuando un dirigente desoye los latidos sociales, comienza a gobernar en el vacío.

VALENCIA, 25/10/2025.- Duodécima manifestación celebrada este sábado en Valencia bajo el lema

  

Biel Aliño / Efe

Es lo que le ha ocurrido a Carlos Mazón, que no supo leer el dolor y las emociones de tanta gente, que entendió que el responsable de las desgracias humanas y materiales de la dana era el máximo dirigente político de su comunidad.

Si Mazón hubiera ofrecido una versión creíble de su agenda aquel infortunado día, un año después no hubiera tenido que pedir disculpas, decir que se equivocó, dimitir tarde, mal y no del todo. Una decisión errónea en un momento clave puede tener efectos políticos y personales imprevistos.

Pero los 229 muertos de la dana no pueden ser responsabilidad de una sola persona por mucho que hubiera tenido que dimitir hace meses. Hay el factor de la lluvia desbocada y qué hizo el Gobierno español, los ayuntamientos, los consejos comarcales intermedios, las diputaciones y todas las instituciones que tenían potestad para actuar para disminuir los efectos de la catástrofe. ¿No será también un fallo estructural de una función pública deficiente con tantos asesores en la política y funcionarios en los gobiernos? Nadie recurrió a los megáfonos ni a las campanas que todavía se utilizan por voluntarios en los desastres naturales que se registran en el mundo rural.

Los gobiernos que ignoran el pulso mayoritario de los ciudadanos entran en crisis y en declive

La historia reciente está llena de ejemplos de gobiernos que ganaron en las urnas pero perdieron en la calle. La crisis económica del 2008 derribó a muchos políticos en Europa. La filósofa Hannah Arendt escribió que la política nace del espacio público, de la palabra compartida y del encuentro ciudadano. Manifestarse, protestar, ocupar las calles son formas legítimas de participación. Y el gobernante hará bien en escuchar a los descontentos y actuar con el tiento adecuado.

Cuando los gobiernos dejan de dialogar con los ciudadanos y no escuchan a la opinión pública que se canaliza a través de los medios de comunicación, la distancia entre el poder y la sociedad se agranda y es cuando la calle deja de ser un lugar de encuentro para convertirse en un problema de orden público.

Nada hacía pensar que Nixon dimitiría en 1974 después de una espectacular victoria electoral en 1972. Tampoco Tony Blair pensaba que tendría un final imprevisto tras conseguir tres mayorías absolutas consecutivas. Helmut Kohl y Angela Merkel sufrieron lo que Churchill calificó como la ingratitud de los grandes pueblos al echar a los gobernantes cuyo recorrido político había terminado. Aznar no se volvía a presentar en las elecciones del 2004, pero los atentados del 11-M y una equivocada política de comunicación desmintieron las encuestas y en tres días el PP dio paso inesperadamente a la presidencia de Rodríguez Zapatero.

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Poder y responsabilidad

Lluís Foix
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En todos los casos, gobernar sin escuchar lo que dice la calle y se consolida en la opinión pública es un error estratégico y un fallo ético y político. El poder que pierde el contacto con la realidad de los hechos y no entiende la fuerza colectiva de las emociones ha entrado en declive.

El neerlandés Rob Riemen, ensayista muy leído en las elites europeas actuales, sostiene que “una democracia se guía por valores morales y espirituales mientras que una democracia de masas, impulsada ahora por Donald Trump, se guía por el miedo y la codicia”. La política está también en los detalles, en los gestos y en las percepciones que hoy traspasan las fronteras en tiempo real.

Los ecos de la crisis de Valencia resonarán en toda España y según cómo se resuelva pueden condicionar la próxima legislatura. Max Weber decía que no basta con actuar con buenas intenciones sino que hay que prever las consecuencias de cada decisión. La ética de la responsabilidad es preferible y más eficaz que la ética de la convicción.

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