Una relación viciada

Como si de la crónica de una muerte anunciada se tratara, estos días Junts ha confirmado su “ruptura total” con el PSOE. En su justificación aparecen detonantes, prejuicios y ajustes de cuentas, pero también razones circunstanciales y de fondo. Veámoslo.

Incumplimiento de lo acordado. Parece un dato objetivo que, cruzado el ecuador de la legislatura, lo del cobro por adelantado que pretendían los juntaires ha salido rana. Por razones que son conocidas –y seguramente comprensibles– el caso es que ni la amnistía, ni el traspaso de competencias migratorias ni la utilización del catalán en las instituciones europeas han llegado a buen puerto. En su defensa, el Gobierno asegura que ha hecho todo lo que estaba en sus manos y más, llegando incluso a admitir lawfare en España. No parece suficiente.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez recibe a la portavoz de Junts per Catalunya, Míriam Nogueras, este jueves en Moncloa. Sánchez ha citado en esta jornada a los representantes de los grupos parlamentarios del Congreso, excepto Vox, para informarles de su posición ante la guerra en Ucrania, las expectativas de paz, el debate que hay en Europa al respecto y su determinación de acelerar llegar al 2 % del PIB en gasto en defensa.

Sánchez, en una reunión con Miriam Nogueras de Junts hace unos meses 

Dani Duch

Seguro que tampoco ha ayudado el recio antiespañolismo de Carles Puigdemont, un hombre convencido de que nada se parece tanto a un español de derechas como un español de izquierdas. Visto así, lo suyo con el PSOE –quizás en el futuro con el PP– nunca ha podido ser amor, solo era sexo. Y sin amor, cuando el sexo falla, todo se acaba. Si a eso le añadimos que, desde el primer día, el Gobierno ha mantenido, en su cara, una relación abierta con socios tan variopintos, ocurrentes e indigestos como Sumar, Podemos, ERC o Bildu, el divorcio con los nacionalistas era solo cuestión de tiempo.

Para Junts, peor que el mayor o menor grado de cumplimiento de lo acordado es la constatación de que los socialistas no son de fiar. No lo fueron en el pleno que eligió por sorpresa a Jaume Collboni como alcalde y tampoco lo han sido con su agenda económica y social. Bue­nismo migratorio, voracidad fiscal hacia los trabajadores autónomos y los ricos o simplismo en asuntos históricamente tan sensibles como la paz en Israel y Pa­lestina, han sido percibidos como un bufet de sapos demasiado indigesto para un estómago­ nacionalista que, además, desde el procés está herniado y es más pequeño. Cuando en toda Europa, también en Ca­talunya, soplan vientos reaccionarios, concurrir a las elecciones cómplices de esta­ agenda se les antojaba suicida.

El divorcio entre el PSOE y los nacionalistas catalanes era solo cuestión de tiempo

Otra cosa es que, como han advertido rápidamente muchas voces progresistas, si cae el PSOE, quizás otros vendrán que buenos les harán. Como recordó el aplicado socialista madrileño Óscar López, si gana la derecha… ¡vuelve el nodo!, una forma como otra de versionar aquello de “si tú no vas, ellos vuelven”. Aunque es cierto que en el 2008 atizar el miedo al lobo funcionó, desde entonces las ovejas ya se han sentido trasquiladas muchas veces. Y, al menos en Europa, los lobos ya no asustan a nadie.

Por otro lado, que nadie se estrese, la retirada del apoyo de Junts a los socialistas no necesariamente supone el fin de la legislatura, pues Puigdemont ha dejado claro que su grupo en el Congreso seguirá analizando tema a tema con rigor y seriedad, una forma elegante de asegurar grandes tardes de revolcones parlamentarios en los próximos meses. Nada nuevo bajo el sol. En todo caso más que pensar en la coherencia de Junts, quizás debería ser el PSOE quien se preguntara si tiene sentido resistir en el poder sin presupuesto, sin capacidad legislativa, con la reputación empañada por un rosario de frentes judiciales, argumentando simplemente que nunca se han convocado unas elecciones para perderlas.

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El problema de fondo. En mi opinión, la relación entre socialistas y Junts ha estado viciada desde el primer día por su inconsistencia, pues, aunque es cierto que, por definición, los acuerdos políticos deben forjarse entre diferentes, nada bueno puede salir de un pacto entre líderes que admiten sin rubor haber pactado únicamente haciendo de la necesidad virtud, esto es, sin compartir un mínimo relato ni propósito sobre la idea de España.

Si para los de Ferraz esta ha sido la legislatura de la normalización institucional, para los puigdemontistas el conflicto político sigue vigente. Si para el PSOE la España plural es permitir el catalán en el Congreso y colocar independentistas en consejos de administración y órganos reguladores, a lo lampedusiano, para los soberanistas el Estado debería mutar a confederal, encarnar una verdadera nación de naciones, con referéndum y soberanía fiscal incluidos. Churras y merinas.

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