Inventario de noches en blanco

Durante varios años trabajé en un ensayo sobre el insomnio, pero nunca logré ter­minarlo. Cuanto más leía y escribía sobre el tema, peor descansaba. Fui acumulando miedos en torno a la pesadilla de no poder pegar ojo. Mientras hacía acopio de libros sobre el mal dormir, llenaba libretas con remedios ancestrales –recuerdo unas gotas que contenían polvo de cráneo– y con inventarios de noches pasadas en vela, muchas relacionadas con viajes: conexiones de vuelos baratos que me llevaron a deambular de madrugada por terminales de aeropuertos, paseos trasnochados en ciudades recién descubiertas, como aquel desvelo en Pekín por callejuelas con farolillos rojos, o las noches blancas de San Petersburgo, en las que cualquier sueño desmerecía ante la luz persistente.

Young woman with closed eyes on comfortable bed indoors

   

Olga Yastremska, New Africa, Africa Studio

Una ciudad en la que dormía particularmente mal era Tánger, donde viví en una estrecha casa de la medina. Cuando salía a pasear, antes de que se pusiera el sol, encontraba la calle surcada por hilos de coser que unos chicos tendían de un extremo a otro para ovillarlos, de modo que tenía que agachar la cabeza para no enredarme. No sé por qué aquellos hilos me hacían pensar en palabras; quizás porque me pasaba el día tirando de ellas en una incesante carrera, tanto con mi fallido libro sobre el insomnio como cuando traducía novelas. Había hilos dorados, rojos, celestes… Por alguna razón, la variedad de colores me evocaba la idea de que toda palabra arrastra recuerdos, asociaciones, ecos de cada vez que fue dicha: en habitaciones, oficinas o estaciones, bajo un cielo agrietado o en el interior de un bar concurrido; en voz alta o en un suspiro, incluso cuando se trazan solo en la mente, donde viven y copulan con otras.

Fui acumulando miedos en torno a la pesadilla de no poder pegar ojo

Luego llegaba a la avenida de los perezosos, donde se erguían cañones de guerras enmudecidos apuntando al mar, atrezo para fotógrafos o atracción para niños. Esos cañones me parecían tan inverosímiles que me venía a la mente aquello que dijo Iósif Brodsky: una traducción es el extravío de un pórtico griego en la latitud de la tundra. Curiosamente, esa imagen también define al in­somne.

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